viernes, 29 de julio de 2011

Hall Pass

Bobby Farrelly, Peter Farrelly, 2011. 

Los hermanos Farrelly están detrás de dos de las comedias más irreverentes de la década de los noventa, Dumb & Dumber (Dos tontos muy tontos, 1994) y There's Something About Mary (Algo pasa con Mary, 1998). La de Mary nunca me ha parecido tan divertida como algunos decían. A partir de ahí los hermanos han seguido realizando comedias con mayor o menor éxito. En Hall Pass, traducida como Carta Blanca, seguimos encontrando ese humor desprejuiciado y gamberro de sus obras previas, pero también hay un discurso más maduro que trata temas como la familia o la crisis de los cuarenta. 

Dos amigos casados y con hijos muestran signos de cansancio en su matrimonio. Sus mujeres detectan a tiempo estos signos y deciden afrontarlos con la técnica de una amiga psicóloga. Durante una semana van a tener una especie de vacaciones matrimoniales, sin hijos de por medio y sin compromisos de fidelidad. Lo que en principio parece el sueño de todo hombre casado se torna en una aventura patética en la que los cuarentones se enfrentan con desesperación a la dura realidad, están oxidados. Y es que el ligoteo con los amigotes es más duro de lo que todos creían recordar. Algunas situaciones que se producen son realmente divertidas y los Farrelly se enfrentan a algunos de los tabús de una sociedad americana cada vez más puritana. Memorable el momento en el que uno de los protagonistas tiene que ser rescatado de un jacuzzi por dos hombres desnudos. La audacia con la que se presentan ciertas verdades y preocupaciones de los hombres de esa edad desde el humor se desvanece en los momentos finales cuando la seriedad y una visión más conservadora se adueñan de la película. Pero a pesar de esto el resultado no decepciona y, al final, queda el regusto de haber pasado un rato divertido.

miércoles, 20 de julio de 2011

Valhalla Rising

Nicolas Winding Refn, 2009.

Winding Refn es uno de los directores del momento. Ganador del premio a la mejor dirección en Cannes por Drive, sus películas anteriores, Pusher (1996) y sus secuelas y Bronson (2008), se han convertido en obras de culto. Personajes extravagantes en los márgenes de la sociedad y violencia descarnada son marcas de la casa. Si en Bronson relataba las aventuras de un preso decidido a convertirse en una celebridad a base de manporros y rebeliones contra el sistema carcelario, en Valhalla Rising nos presenta la historia de un misterioso guerrero de sólo un ojo que permanece preso en una tribu nórdica. 

Utilizado en luchas a muerte con otros guerreros, demuestra su instinto asesino y su destreza para la batalla, que lo hacen temido y odiado. Después de acabar con todos sus captores, emprende un viaje, junto con otros acompañantes a los que se ha unido, por aguas desconocidas y desembarcan en unas tierras donde una violenta tribu les da caza uno por uno. 

La brutalidad de la época que retrata, alrededor del año 1000 a.C., da pie al director para desplegar su vena gore, pero desde un estilo pausado que domina toda la película, que nadie espere encontrar acción a raudales. Lo más destacable de este director danés es su capacidad para construir imágenes de una gran fuerza expresiva. Su estilo visual se impone sobre la historia y tiene preponderancia el componente contemplativo sobre el narrativo, la forma sobre el contenido. De ahí que el viaje del guerrero casi parezca una excusa para poder capturar las imágenes de unos paisajes abruptos y tenebrosos. De hecho, el protagonista no abre la boca en ningún momento y parece que sean las montañas y el cielo los que se expresan por él. El resultado es una obra interesante desde el aspecto visual, pero con una historia un tanto arbitraria y con unos personajes poco o nada definidos, meros cuerpos en movimiento por unos territorios salvajes que podrían representar una especie de entrada al infierno según la mitología nórdica.

martes, 12 de julio de 2011

Balada Triste de Trompeta

Alex de la Iglesia, 2010.

Acción Mutante (1992) y El día de la Bestia (1995) fueron dos gamberradas con un humor negro desacomplejado que en resumidas cuentas eran divertidas. Toda la mordacidad y audacia que tenía Alex de la Iglesia en sus comienzos se ha ido diluyendo con el tiempo. En su último intento por recuperar el pulso vuelve la mirada al pasado más oscuro de España para construir un relato que defiende como uno de los más personales que ha realizado. Sin embargo, y a pesar  de alcanzar León de Plata a la mejor dirección en el festival de Venecia, dicen que impulsado por el director del jurado, Tarantino, la película ha despertado opiniones muy diversas. La mía es que es un derroche sin pies ni cabeza, totalmente prescindible. 



La historia de dos payasos que luchan por el amor de una misma mujer está rodada con una ambición y un desenfreno desmedidos. Los excesos que pueblan las imágenes, llenas de violencia y efectos especiales, no acompañan a un pobre guión en el que sus personajes se mueven en función de lo que requiere a cada momento la acción y no al revés. Los personajes resultan planos y aburridos, eso a pesar de las psicosis que parecen sufrir algunos. El payaso jefe es un psicópata machista que ejerce violencia de género sobre su novia, una trapecista despampanante de la que también se ha enamorado el payaso triste. Este último es un impávido mequetrefe que de repente se vuelve un loco sádico de manera injustificada. Es imposible empatizar con ninguno de ellos. Ni rastro del humor y la ironía que  el director desplegaba en sus obras anteriores. El griterío y la histeria general no es tratada como una alegoría de unos tiempos convulsos, sino como una herramienta para excitar a un espectador que acaba saturado. El clímax en las alturas de un monumento, firma de la casa, en este caso la cruz del Valle de los Caídos, es previsible y no salva la película del tedio. Lo único salvable son los créditos de inicio.