lunes, 15 de octubre de 2012

Cosmopolis

David Cronenberg, 2012



La gente se marcha de esta película y los que aguantan lo hacen con risas de incomprensión o de incredulidad. No es una película fácil, se desarrolla prácticamente de principio a fin dentro de una limusina y los diálogos son enrevesados, con múltiples tecnicismos y un estilo frío y deshumanizado. Sólo se puede disfrutar de esta obra si se está dispuesto a verla sin prejuicios, como una metáfora de un sistema capitalista en decadencia, donde nadie comprende exactamente los movimientos fluctuantes del mercado, donde decisiones realizadas en un pequeño despacho afectan a toda la economía global. 












Fiel a la novela homónima de Don Delillo, Cronemberg pone imágenes a una historia que supo preveer con bastante antelación -fue escrita a principios de la década anterior cuando todavía no había estallado la tormenta financiera- los derroteros por los que deambula el mundo actual. Es una película de diálogos, casi teatral, donde la acción ocurre fuera de plano, en un escenario del que los protagonistas huyen, aislándose en su burbuja de riqueza y cinismo. El protagonista, el joven multimillonario Eric Packer, representa el (anti)héroe de ese mundo financiero complejo. El viaje que realiza en limusina por las calles de Manhattan para cortarse el pelo, es un viaje en busca de sus orígenes. Eric es un muchacho que ha perdido el contacto con la realidad, que vive las relaciones con los demás como meros intercambios contractuales, incluyendo sus relaciones sexuales. Sus conversaciones tienen algo de profundamente extraño, tristes y vacías, abstractas como sus gustos pictóricos y el mundo telemático en el que mueve su capital. Hay algo en su interior que se rebela y grita por resurgir, de ahí esas reacciones extrañas, violentas e incluso autodestructivas. 

Por lo tanto, a pesar de una engañosa frialdad y un ambiente enfermizo, de ese silencio despreocupado que hay dentro de la limusina mientras la ciudad arde y se desangra detrás de los cristales, hay una fuerza latente que lucha por devolver todo a su cauce normal, por recuperar la esencia. En esa tensión subterránea se agita una película que se pasea por el abismo con una lucidez nada complaciente.