lunes, 31 de enero de 2011

Film Socialisme

Jean-Luc Godard, 2010.



Ahora que los países árabes del Mediterráneo se encuentran inmersos en una revolución pacífica, esta película se erige como un manifiesto de una asombrosa actualidad. Aquí nos encontraremos con aforismos como el siguiente: 

Si la ley no hace justicia, entonces la justicia pasará por encima de la ley.

Las películas de Godard nunca dejan indiferente. A sus ochenta años, el controvertido director de la nouvelle vague, sigue en plena forma y es capaz de crear una obra inclasificable, fuera de toda norma. Si en Histoire(s) du Cinema, hacía un recorrido muy personal por la historia del cine a través de unas imágenes en las que se mezclaban distintas capas sonoras y visuales, llenas de contenido poético y filosófico, en esta película Godard sigue ese mismo patrón para adentrarse en un viaje por el Mediterráneo que le sirve para hacer una reflexión sobre la historia y una crítica al capitalismo a través de una serie de imágenes y textos impresos en la pantalla o que pronuncian sus personajes a modo de diálogos inconexos. 

Resulta difícil interpretar la complejidad subyacente en lo que vemos y oímos y el espectador puede verse expulsado de la película si no es capaz de disfrutar simplemente con la audacia y la originalidad de esta propuesta. Godard puede  mostrarse hermético en ocasiones, pero sigue siendo de los pocos que entienden el cine como un medio artístico total, capaz de impulsar revoluciones a través de las ideas y realidades que muestra. Sus imágenes, entendidas éstas tanto desde su dimensión visual como metafórica, se relacionan entre sí y dialogan para sacar a la superficie verdades ocultas. Su cine está más cerca de la poesía y la filosofía que de la ficción tradicional. 

Textos de Walter Benjamin, Derrida, Arendt o Sartre se cuelan en su discurso e impregnan las imágenes de un contenido reflexivo político y social. Si Walter Benjamin siempre quiso escribir a partir de las citas de otros y uno de sus proyectos era realizar una historia materialista a partir de la exposición con los objetos y la arquitectura del París de los pasajes (Libro de los Pasajes), también Godard nos muestra las imágenes de los excesos materialistas de un crucero para construir su discurso (socialista). Una nueva lección de la potencialidad que tiene el cine del huraño y genial Godard.

sábado, 29 de enero de 2011

Pa Negre

Agustí Villaronga, 2010. 

Agustí Villaronga adapta una novela de Emili Teixidor, enmarcada en la comarca de Vic durante los años de la posguerra. El inicio de la película es uno de los más impactantes del último cine español. Un encapuchado asesina a un campesino que viaja por el bosque con un carro tirado por un caballo. Dentro del carro va su hijo, y el asesino, al meter el cadáver dentro, no se percata de la presencia del niño. Cuando tira el carro por un barranco el niño está dentro todavía y se despeña. La crudeza con la que el director mallorquín filma esta secuencia es estremecedora, de una violencia que resulta tan cercana como horrible. 

Este hecho, junto con una castración que ocurre unos años antes, son determinantes para el devenir de los acontecimientos posteriores, sirviendo también como metáfora de la gran tragedia que es la guerra civil. Pero al director no le interesa tanto la reconstrucción histórica como el impacto moral y emocional que tiene en los personajes un contexto tan devastador como el de la posguerra. La película no cae en el maniqueísmo fácil y muestra una sociedad rural que, lejos de convicciones políticas, se preocupa por su propia supervivencia. 


Este drama habla de la humillación de los perdedores y de la renuncia a los ideales como única salida para la supervivencia propia y de la familia. El gusto por el cine de género del director se vislumbra con algunos elementos del fantástico, del terror, o del negro, todo introducido de manera sutil en un puzzle de una profundidad psicológica sorprendente cuyas piezas se van descubriendo con el ritmo de un thriller. El género fantástico se desliza dentro de la historia a través de la presencia, imaginada o sugerida, de los fantasmas, o de personajes que actúan como si fueran ángeles. Esta mezcla del fantástico en un contexto de posguerra es la única similitud con la película El laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006). 

Agustí, que nunca ha pasado por una escuela de cine, demuestra una maestría indiscutible en la dirección de actores en una película que pivota en los personajes, en las emociones encontradas dentro de un ambiente de opresión y pobreza. Los rostros de los actores se filman con delicadeza y capturan la tensión contenida en ellos, dejando patente la importancia concedida a la corrientes emocionales que fluyen dentro de unos personjes con aristas, con una complejidad articulada sobre un pasado desolador.

El punto de vista narrativo se centra en un personaje infantil, Andreu, que es tratado con valentía, huyendo de los tópicos que dotan a los niños de una bondad ingenua indeferente al entorno. Aquí nos encontramos con personajes infantiles retratados con dureza, que se debaten entre la crueldad instintiva y la compasión por los demás. Andreu, interpretado por un sorprendente Francesc Colomer, busca con insistencia la verdad. Un entorno turbio va mermando su inocencia hasta transformar al chico en un monstruo. El maestro de la escuela es un perdedor alcohólico y pederasta. Su madre cede ante los envites del alcalde bajo su mirada curiosa. Su padre es puesto en cuestión por la dolorida viuda del campesino asesinado. La fuerte corriente de la abyección arrastra a Andreu hacia la pérdida de la inocencia y, quizás, de unos ideales y principios que no ha tenido tiempo de construir, por mucho que su padre se los haya querido inculcar. 


Esa pérdida de la inocencia y la consiguiente ruptura con los lazos familiares, quedan magníficamente mostrados en la secuencia en la que Andreu mata los pájaros de su padre. Este momento catártico recuerda a otra película, Petit Indi (Marc Recha, 2009), en la que el adolescente protagonista ejerce también una violencia inusitada sobre un pequeño zorro que había cuidado hasta entonces junto con unos pájaros. Aquí, es el niño el que mata a los pájaros, de ahí el intertítulo de la película, Retrat d'un assassí d'ocells, que además es otro libro de Teixidor  del que también bebe la película. 

Andreu decide aceptar una oferta de adopción por parte de una familia pudiente del bando de los vencedores. Una decisión brutal, que significa el rechazo a sus orígenes humildes para abrazar una nueva vida, un cambio de clase social, y también de bando, del de los vencidos al de los vencedores. Como el actor dijo en rueda de prensa: "Mejor ser rico que pobre". 

miércoles, 26 de enero de 2011

Machete

Ethan Maniquis, Robert Rodriguez, 2010.


Película de género que adopta las convenciones del "exploitation", es decir, del cine de serie B que explota la presencia de grandes estrellas (algunas rescatadas del olvido o en decadencia), entre las que se encuentran Robert de Niro, Steven Seagal o Don Johnson,  el uso de violencia explícita, de efectos especiales toscos y de escenas con desnudos de chicas espectaculares (en este caso se aprovecha además la fama de actrices como  Jessica Alba, Lindsay Lohan o Michelle Rodriguez) y sexo machista y grosero. 

La historia es lo de menos, aunque se enmarca en un contexto de crítica a la política de inmigración de EE.UU., en concreto de Arizona, donde los mexicanos son cazados como si fueran delincuentes o terroristas. Los personajes son caricaturas y los diálogos absurdos. El protagonista, Machete, parece un aborigen de facciones y gestos tarzanescos. Incluso al hablar, utiliza el estilo de la selva: "Machete don't text", "Machete delivers" (gruñe el protagonista)... 

El director de Sin City insiste en la fórmula ya utilizada en el proyecto original de Grindhouse gestado junto con Tarantino. Su aportación, Planet Terror, era una divertida película de zombies. Machete surge a partir de un tráiler incluido en Grindhouse. La broma del director funciona en parte, pero primero hay que dejarse llevar por una historia muy pasada de vueltas. 

domingo, 23 de enero de 2011

Yi Yi

Edward Yang, 2000.

El malogrado director chino obtuvo con esta película el reconocimiento internacional, consiguiendo el premio al mejor director en el festival de Cannes. Este ingeniero reconvertido tardíamente a cineasta (decía que tomó la decisión después de ver Aguirre, la cólera de Dios), hizo en el año 2000 la que sería su última película antes de que le diagnosticaran un cáncer de colon con el que estuvo luchando el resto de su vida.


La película cuenta la historia de los miembros de una familia de Taipei en el transcurso de unos meses durante los cuales somos testigos de una serie de eventos, empezando por una boda y terminando por una muerte. Las alegrías y las desdichas se suceden en las vidas de cada uno de los personajes que son retratados con delicadeza y sencillez. No hay una trama o una estructura narrativa clara, no ocurren acontecimientos espectaculares, exceptuando un asesinato en fuera de plano del que sólo nos enteramos por las noticias. El ritmo es pausado, sin estridencias. En los tiempos muertos palpita la vida, una vida que se quiere reflejar en toda su complejidad, lejos de cualquier dogmatismo y con una serenidad que desprende sabiduría. 

El director nos presenta un juego de espejos, tanto en sus imágenes, reflejadas en todo tipo de superficies o diluidas en otros reflejos, como en los personajes y su historia. Así, el hijo pequeño que busca la verdad a través de la fotografía, es tan introvertido como su padre, al que llaman NJ, ingeniero de profesión que trabaja en una empresa de alta tecnología, referencia a la vida pasada del propio director. El descubrimiento del amor por parte de su hija, tiene también resonancias del primer amor de NJ, con el que se reencuentra después de treinta años. 

Las reflexiones sobre la vida van de la mano con las consideraciones acerca de la búsqueda de la verdad a través del cine y de las imágenes. El hijo de NJ fotografía las nucas de sus familiares con la intención de mostrarles una parte de la realidad que no pueden ver, la otra mitad que no conocen. Otro personaje afirma que a través del cine se vive tres veces más, ya que podemos experimentar vivencias que de otra manera sería imposible probar. La honestidad empapa cada imagen y cada diálogo. Cuando los colegas con los que trabaja NJ se decantan por la alianza con una empresa que imita los productos de otra compañía japonesa, NJ decide abandonar su trabajo. No se conforma con el sucedáneo, prefiere el original.  En una de las discusiones que tiene con un colega de su empresa le dice que es normal que no sea feliz si trabaja en algo que no ama. Seguramente esas palabras surgen de lo más profundo del propio director, como cada una de las imágenes de esta película.

miércoles, 19 de enero de 2011

The Town

Ben Affleck, 2010.

Que Ben Affleck es un actor mediocre es bien sabido. Pero como guionista y director no es mucho mejor. Los clichés abundan en esta película sobre un grupo de amigos de un barrio de Boston que dedican sus ratos libres a atracar bancos y furgones blindados. En uno de los golpes toman un rehén, una joven y guapa morena que abandonan después de un paseo en furgoneta y que da la casualidad de que es vecina de los atracadores. El cabecilla de la banda, Doug, interpretado por el insípido Ben, se enamora de la chica. La primera noche le invita a comer ostras y después le lleva a dar una vuelta en una lancha donde le ofrece una copa de champán (¡ahhhh!). Para salir corriendo. Pero la chica, el personaje peor construido de todo el guión, cae en los brazos del ladrón. Además el agente del FBI que investiga el caso también la intenta seducir (conclusión: es un agobio estar buena y que te vayan detrás polis y cacos). Como Doug le habla de sus padres (de una manera cansina y repetitiva, no se sabe si por un incomprensible error o simplemente porque el tío es un coñazo) y de su pasado como jugador de hockey, la chica cae rendida. Incluso cuando el despechado agente del FBI le informa de que está saliendo con su captor, ella sigue fiel a su amor, después de una pequeña regañina (ayyyy, qué malo eres, que atracas bancos y encima me das un susto de muerte). 

Los diálogos no surgen de manera natural, sino para dar información al espectador, con el resultado de que llega un punto en el que al espectador le da absolutamente igual lo que cacarean los personajes. En cuanto a la técnica de disfrazarse de policía para dar un gran golpe, está ya muy visto, ¿no? Pues parece que al FBI se las cuelan todas. El atracador se pasea por delante de sus narices y puede coger un coche de otro agente y salir de un tiroteo como si nada. Eso sí, los tiroteos y las persecuciones están filmadas con pulso, recordando a otra película de la que bebe, Heat (Michael Mann, 1995). En fin, que para ver una de atracadores, mejor ver esta última, o The Killing ( Stanley Kubrick, 1956), Dog Day (Sidney Lumet, 1975) o, más recientemente, Inside Man (Spike Lee, 2006).  

lunes, 17 de enero de 2011

Politist, adjectiv

Corneliu Porumboiu, 2009.

Con esta película, el director de la divertidísima 12:08 Al Este de Bucarest (2006), ganó el premio de la crítica y del jurado en el festival de Cannes del 2009 dentro del programa de Una Cierta Mirada.  El cine rumano de los últimos años se ha convertido en una de las cinematografías más interesantes y con mayor honestidad y coherencia. El éxito en los festivales internacionales de un grupo de directores, entre los que están, además de Porumboiu, Cristian Mungiu o Cristi Puiu, ha servido de impulso para un cine que está en el punto de mira. Películas como 4 meses, 3 semanas y 2 días (2007) de Mungiu o La muerte del señor Lazarescu (2005) de Puiu son ejemplos de un cine naturalista despojado de todo artificio que pretende diseccionar el entorno social rumano actual o del pasado reciente. Historias minimalistas que se desarrollan en espacios bien delimitados (en ocasiones claustrofóbicos) y durante cortos periodos de tiempo (horas o unos cuantos días) y que buscan encontrar la verdad escondida en los tiempos muertos, en los silencios o en las explosiones dialécticas. 
 
Si en 4 meses, 3 semanas y 2 días se recorría el infierno por el que tenía que pasar una estudiante que aborta clandestinamente durante la dictadura de Ceaucescu y en La muerte del señor Lazarescu se ponía al descubierto el caótico sistema sanitario rumano a través de un enfermo de cáncer que vive sus últimas horas siendo trasladado de un hospital a otro, en esta película nos adentramos en el sistema burocrático policial. 

Un joven policía, Cristi, investiga el caso de unos adolescentes que fuman hachís y trapichean en su círculo cercano. El jefe quiere que se cierre el caso lo antes posible con la detención de uno de ellos, pero el agente prefiere seguir investigando hasta encontrar al que les suministra las drogas. Cristi se enfrenta con el dilema moral de hacer cumplir la ley o de seguir los dictados de su conciencia y evitar destrozar la vida de un chico cuya responsabilidad criminal es discutible. La cámara sigue al protagonista durante unos días en los que se pasa el tiempo espiando al chico y rellenando informes, tareas aburridas y absurdas que desmitifican la labor policial y, a la vez, muestran las oxidadas articulaciones de la burocracia.


El encuentro final con el jefe de policía, con el que mantiene una tensa y divertidísima discusión con la ayuda de un diccionario, es genial. Cristi se niega a detener al adolescente apelando a su conciencia. El jefe utiliza la gramática y la semántica como argumentos incontestables en una dialéctica entre la ley y la moral. El jefe convence a Cristi de que la ley ordena el caos, a pesar de que a veces puede ir en contra de la moral personal. La secuencia final pone en escena una fría reducción al absurdo que muestra la trampa de la hipótesis defendida por ese jefe de policía tan convincente. Sin embargo, ¿es válida la alternativa de no aplicar las leyes en los casos absurdos?

sábado, 15 de enero de 2011

Cyrus

Jay Duplass, Mark Duplass, 2010.


John es un hombre maduro con poca vida social, exceptuando la amistad que mantiene con su ex mujer que le abandonó siete años antes. Ella va a casarse y John se lanza a la búsqueda de un reemplazo para su única amiga y, así, mitigar su soledad. En una fiesta en la que demuestra su torpeza en el arte de la seducción, consigue milagrosamente captar la atención de una guapa mujer llamada Molly, estupenda Marisa Tomei, con la que se acuesta esa misma noche. En ella ve su última oportunidad de alcanzar el amor y se lanza como un kamikaze a por su conquista. El celo que pone en ello llega a ser obsesivo y no pone reparos en seguirla hasta su casa e inmiscuirse en su vida. En su camino hacia la posesión del objeto deseado, se interpone el hijo adulto de Molly, Cyrus, que mantiene una estrecha y enfermiza relación con su madre. Los lazos de dependencia que han tejido madre e hijo los mantienen aislados y John es un intruso en el viciado mundo en el que conviven. 

Los dos personajes masculinos, en lucha por la mujer amada, se enfrentan en una batalla obsesiva que resulta ridículamente cómica. Sin embargo, la historia sobre este extraño trío no logra despegar más allá de lo previsible y acaba manteniéndose en terrenos seguros, asépticos y limpios a pesar de su aparente incorrección, lejos de los rincones oscuros y turbulentos en los que se podría adentrar si llevase hasta las últimas consecuencias sus premisas. Los hermanos Duplass parecen dudar y se decantan por el lado más amable de la comedia, inocua dentro de su transgresión, para poder llegar a más público. Hay momentos bochornosos, como en la romántica boda de la ex mujer, en la que John y Molly se agarran de la mano cuando sus amigos se besan en el altar, cayendo en el tópico más empalagoso. 

Igual que pasa con The Kids Are All Right, la intención no es bucear en el lado oscuro y disfuncional de las relaciones familiares, sino crear un producto con formato de cine independiente "Sundance". Una pena, porque la temática que trata es atractiva, los actores realizan un trabajo magnífico y el humor está dosificado de manera sutil. Pero el resultado, aunque por encima de la media, no deja de ser un producto de entretenimiento más.



lunes, 10 de enero de 2011

El intendente Sansho

Kenji Mizoguchi, 1954.

A pesar de que se trata de una película de temática puramente japonesa, tiene una dimensión humana tan profunda que la convierte en una obra universal. No estamos ante una película oriental incomprensible y aburrida para el público occidental. Mizoguchi es un director japonés accesible y sus películas forman parte importante de la historia del cine. Enmarcada en el Japón del siglo XI, la trama nos cuenta la historia de un gobernador cuyos principios morales le hacen ponerse en una situación delicada al defender los derechos de los campesinos. En un mundo de normas estrictas, y donde cualquier transgresión conlleva la condena,  el gobernador es destituido y expulsado de sus tierras. Su mujer y sus hijos, Zushio y Anju, tienen que vagar por caminos llenos de bandidos y terminan siendo apresados y vendidos como esclavos. La madre es obligada a prostituirse y los dos pequeños son adquiridos por Sansho, un terrateniente que ejerce el poder con tiranía sobre sus siervos a los que trata como si fueran prisioneros. Con el tiempo Zushio olvida las enseñanzas de su padre (si no tienes caridad, no eres persona) y se convierte en un esbirro cruel que no duda en marcar con un hierro incandescente a un cautivo que pretende huir. Sin embargo, su hermana le ayuda a recordar sus orígenes y sacrifica su vida para permitirle huir. En una secuencia de una asombrosa serenidad y equilibrio, Anju se suicida sumergiéndose en un lago para evitar la tortura. Zushio es nombrado alcalde y, en vez de acomodarse al poder, cambia las leyes para prohibir la esclavitud, desafiando al emperador y arriesgando su propia vida. Se enfrenta a Sansho y libera a todos los esclavos que estaban prisioneros en sus terrenos. Pero, igual que le ocurrió a su padre, eso le supone perder el apoyo del emperador y tiene que dimitir. Con la dignidad recuperada, se embarca en la búsqueda de su madre. El dilema moral que plantea la película nos interroga sobre nuestros valores y la fortaleza de los principios que defendemos. El poder puede ser un privilegio utilizado para el propio beneficio y el de tus camaradas, más rentable a corto plazo. O por el contrario, puede servir para defender a toda costa unos valores que en tiempos siniestros peligran. Este sustrato de tanta riqueza dramática se traduce en unas imágenes de gran magnetismo plástico, con un equilibrio visual asombroso, donde la naturaleza juega un papel fundamental. La obra cosigue un equilibrio entre forma y fondo que eleva la película al trono de los clásicos. 

lunes, 3 de enero de 2011

Todas las Canciones Hablan de Mí

Jonás Trueba, 2010.

Aunque el hijo de Fernando Trueba, sobrino de David Trueba y, hasta que se separaron, de Ariadna Gil (¡qué tía más guapa!), se esfuerce por negar, o al menos suavizar, sus dejes intelectuales y su estilo afrancesado, lo cierto es que su ópera prima es menos fresca que la de su padre, que en los años ochenta hizo la que sería su mejor película. Con influencias del cine de la nouvelle vague (principalmente Truffaut, admiración que debe venir de familia), Jonás nos relata la historia de un joven melancólico, Ramiro Lastra, que, como su apellido indica, vive lastrado por un pasado que le impide pasar página. Ramiro intenta superar la ruptura con la que ha sido su novia durante seis años y de la que sigue estando enamorado. Los motivos de la separación son difusos, quizás el aburrimiento o simplemente la curiosidad de vivir otras experiencias, cumplir deseos latentes apartados durante la relación.

El chico estudió Filología Hispánica y trabaja en la librería de su tío que más tarde le propone publicar un libro de poemas (difícil no sacar paralelismos con el apadrinamiento del propio director). Pasea por las calles de un Madrid retratado voluntariosamente mientras es seducido por otras chicas con las que tiene aventuras banales que no le expulsan de su burbuja melancólica. Las actuaciones de sus dos protagonistas principales destacan por su naturalidad, los diálogos son de andar por las aceras de la capital y las digresiones culturales, literarias o musicales, no resultan demasiado pedantes. La poesía de Pessoa, la música de Vegas o Battiato, sirven de vehículo transmisor de unos sentimientos que permanecen enquistados en el protagonista. Hay momentos en los que la película parece inmovilizada en un corsé hecho a la medida del cine al que reverencia y en los que no consigue respirar por sí misma. En todo caso, la ironía y el humor, tan sutiles en algunas escenas, deberían desplegarse sin complejos. ¿O acaso no hay nada más parodiable que un joven ensimismado tomándose en serio? A pesar de todo, el final es memorable, con una confesión de una sinceridad desarmante y que acompañada por la música de The Bad Plus nos sumerge en uno de los instantes más emotivos vistos en el cine español reciente.