lunes, 10 de enero de 2011

El intendente Sansho

Kenji Mizoguchi, 1954.

A pesar de que se trata de una película de temática puramente japonesa, tiene una dimensión humana tan profunda que la convierte en una obra universal. No estamos ante una película oriental incomprensible y aburrida para el público occidental. Mizoguchi es un director japonés accesible y sus películas forman parte importante de la historia del cine. Enmarcada en el Japón del siglo XI, la trama nos cuenta la historia de un gobernador cuyos principios morales le hacen ponerse en una situación delicada al defender los derechos de los campesinos. En un mundo de normas estrictas, y donde cualquier transgresión conlleva la condena,  el gobernador es destituido y expulsado de sus tierras. Su mujer y sus hijos, Zushio y Anju, tienen que vagar por caminos llenos de bandidos y terminan siendo apresados y vendidos como esclavos. La madre es obligada a prostituirse y los dos pequeños son adquiridos por Sansho, un terrateniente que ejerce el poder con tiranía sobre sus siervos a los que trata como si fueran prisioneros. Con el tiempo Zushio olvida las enseñanzas de su padre (si no tienes caridad, no eres persona) y se convierte en un esbirro cruel que no duda en marcar con un hierro incandescente a un cautivo que pretende huir. Sin embargo, su hermana le ayuda a recordar sus orígenes y sacrifica su vida para permitirle huir. En una secuencia de una asombrosa serenidad y equilibrio, Anju se suicida sumergiéndose en un lago para evitar la tortura. Zushio es nombrado alcalde y, en vez de acomodarse al poder, cambia las leyes para prohibir la esclavitud, desafiando al emperador y arriesgando su propia vida. Se enfrenta a Sansho y libera a todos los esclavos que estaban prisioneros en sus terrenos. Pero, igual que le ocurrió a su padre, eso le supone perder el apoyo del emperador y tiene que dimitir. Con la dignidad recuperada, se embarca en la búsqueda de su madre. El dilema moral que plantea la película nos interroga sobre nuestros valores y la fortaleza de los principios que defendemos. El poder puede ser un privilegio utilizado para el propio beneficio y el de tus camaradas, más rentable a corto plazo. O por el contrario, puede servir para defender a toda costa unos valores que en tiempos siniestros peligran. Este sustrato de tanta riqueza dramática se traduce en unas imágenes de gran magnetismo plástico, con un equilibrio visual asombroso, donde la naturaleza juega un papel fundamental. La obra cosigue un equilibrio entre forma y fondo que eleva la película al trono de los clásicos. 

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