sábado, 29 de septiembre de 2012

Un Amour de Jeunesse


Mia Hansen-Løve, 2011. 



En su corta trayectoria como directora, Mia Hansen-Løve ha sabido encontrar un estilo propio que la acerca al realismo de la Nouvelle Vague pero con unos rasgos propios muy definidos. Su cine se aleja de la espectacularidad y del sentimentalismo, sus historias son sencillas pero llenas de honestidad y de una emotividad sutil pero vigorosa. Si en Le père de mes enfants (2009) se centraba en la pérdida de un ser querido y en el dolor y el vacío que provocaba, en esta película nos cuenta los vaivenes de un amor de primera juventud. 

Camille está locamente enamorada de Sullivan y los dos mantienen una relación apasionada, a pesar de que Sullivan rehuye el compromiso al que ella está dispuesta. Cuando Sullivan se marcha a iniciar una aventura por Sudamérica, Camille sufre un gran golpe que la llevará a la depresión, de la que saldrá unos años después cuando conoce a un profesor de arquitectura con el que inicia una relación. Sin embargo, la herida y los sentimientos de Camille por Sullivan permanecen abiertos y, cuando él aparece por casualidad, la relación se retoma. Esta vez, Camille tiene que mentir y perder su inocencia para poder ver a su primer amor y, al mismo tiempo, mantener su relación con el profesor. La joven directora parisina no juzga en ningún momento a sus personajes, los deja respirar. La trayectoria de los protagonistas se desarrolla con naturalidad, sin golpes de efecto, dando como resultado una obra que contiene una emotividad subyacente fuerte, un lirismo ligero y trágico al mismo tiempo. La humildad con la que Mia afronta sus proyectos la aleja de los circuitos más comerciales, pero sus películas tienen el encanto de las obras pequeñas bien hechas.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Mátalos Suavemente

Killing Them Softly
Andrew Dominik, 2012


Puede que el espectador de esta película salga con una extraña mezcla de sensaciones. Por una parte, pesadumbre por el sórdido mundo que refleja de una manera tan cruda y descarnada. Por otra parte, culpabilidad por haber disfrutado, incluso reído, con el humor negro, profundamente cínico, de esta comedia salvaje, inclemente, que muestra a unos personajes ridículos en su estupidez, ciegos en su ambición, sin otra moral que la del dinero. Y, por último, queda también una sensación de desasosiego provocada por un sustrato político desesperanzador, por un espejo que refleja lo más podrido y decadente de un sistema que se autodestruye sin que nadie esté dispuesto a cambiarlo. 



La intención de Andrew Dominik -director australiano con películas tan interesantes en su haber como Chopper (2000), que dio a conocer a Eric Bana, o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), en la que también actuaba Brad Pitt, y que supo conjugar el western crepuscular con una poética cercana al cine de Malick- es hacer una comedia de humor negro sobre la crisis actual, trasladar al género mafioso una historia que a todos nos resulta familiar. Como el propio director explica "imaginaba una película llena de personajes intentando conseguir pasta, sin tener ni idea de lo infelices que eran, cuyos trabajos eran un asco y sometidos a jefes indecisos e incompetentes". Ese capitalismo salvaje e inhumano es el que retrata a través de una historia simple y puede que un tanto obvia, desarrollada en ambientes mafiosos de arrabales empobrecidos. 

Dos marginados en busca de dinero realizan un atraco en una timba de póquer. A partir de ahí se desencadena una caza en la que un asesino a sueldo, ese demonio apocalíptico interpretado por Brad Pitt, recibe órdenes de unos misteriosos jefes de los que nunca veremos sus caras. Tampoco el director nos permite tener ninguna referencia espacial, no sabemos en qué ciudad de Estados Unidos se desarrolla la trama, nos muestra unos paisajes olvidados por el desarrollo, grises y lluviosos, donde la crisis global más ha golpeado. La violencia cruda y sangrienta de los asesinatos, con un estilo que puede recordar a Tarantino, se va intercalando con secuencias cómicas que remiten a los hermanos Coen más cáusticos. A través de planos cortos el director busca la cara de sus criaturas, sus miradas tristes, llenas de miseria, fiel reflejo de una esencia traicionada en su raíz, de un vacío demoledor que los arrastra hacia la perdición. En los numerosos diálogos palpita esa tensión entre los impulsos más depredadores y los principios y la moral traicionadas. Nos reímos de la farsa trágica que presenciamos, pero al mismo tiempo nos invade una angustia ética. El trabajo de edición sonora también incide en este aspecto, introduciendo discursos políticos y mezclando sonidos desagradables (chirridos de ruedas, helicópteros, disparos) para aumentar la sensación de desasosiego en el espectador. Una obra, por lo tanto, que difícilmente dejará indiferente y que resulta muy pertinente en los tiempos que vivimos.    

domingo, 16 de septiembre de 2012

Las mejores películas de la historia

Sight&Sound es una publicación del Instituto Británico de Cine (BFI) que cada diez años realiza una encuesta entre directores, críticos y otras personalidades relacionadas con la cinematografía, y que está considerada como una de las listas más reveladoras y respetadas.

Aquí adjunto el enlace directo (es en inglés, aviso):


Y la ganadora es Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958), una obra que en su momento no tuvo el éxito que el gran genio británico esperaba, pero que con el tiempo va ganando en riqueza e influencia. Una historia de gran profundidad psicológica y que también tuvo varios hallazgos técnicos.




La lista puede sorprender a algunos, pero lo cierto es que las mentes curiosas podrán encontrar grandes tesoros que todavía no habían descubierto. Mmmm, ¡qué empiece el banquete!



martes, 4 de septiembre de 2012

No habrá paz para los malvados

Enrique Urbizu, 2011.



El thriller español es un producto que ha obtenido resultados muy diversos. Son muchas las películas que han intentado hacer una traslación directa del modelo americano, perdiendo en la comparación, ya que los recursos de uno y otro son muy distintos. Además el intento de repetir ciertos patrones hollywoodenses hacen que las películas patrias pierdan en credibilidad y frescura. Sin embargo, hay honrosas excepciones, y esta película es una de ellas. 

Enrique Urbizu ya demostró en La caja 507 (2002) que podía dotar al thriller de una inconfundible personalidad, desarrollando una historia sobre la corrupción urbanística que era muy pertinente. Con No Habrá Paz ha logrado alcanzar una mayor madurez estilística, consiguiendo un equilibrio muy meritorio entre lo que es una historia de terrorismo y tráfico de drogas y, por otro lado, una narrativa comedida, que evita los diálogos explicativos para dejar que las imágenes y, sobre todo, las acciones de sus personajes nos arrastren hasta el desenlace de una manera cautivadora. Este estilo engañosamente lánguido y taciturno recuerda al utilizado por los hermanos Coen en No Es País Para Viejos (No Country For Old Men, 2007). El protagonista principal, un elaborado y asombroso personaje lleno de sombras, el policía Santos Trinidad, interpretado por un magnífico José Coronado, se mueve como un fantasma a través de los bajos fondos buscando a un testigo de un asesinato que él mismo ha cometido en un prostíbulo. Igual que ocurría con el Anton Chigurh (Javier Bardem) de No es País Para Viejos, Santos es un ser mitológico, un anti-héroe castizo, lleno de vicios, pero al mismo tiempo con poderes sobrehumanos, que lo sabe todo y lo puede todo. 

A pesar de que no es una película perfecta, su peculiaridad estriba en usar una narrativa esquiva, que no enseña todas sus cartas, y que deja a un lado las evidencias para centrarse en los movimientos del personaje principal, uno de los más interesantes que ha dado el thriller español de los últimos tiempos. Y eso dentro del panorama charlatán y condescendiente de la industria convencional patria ya es mucho.