domingo, 23 de septiembre de 2012

Mátalos Suavemente

Killing Them Softly
Andrew Dominik, 2012


Puede que el espectador de esta película salga con una extraña mezcla de sensaciones. Por una parte, pesadumbre por el sórdido mundo que refleja de una manera tan cruda y descarnada. Por otra parte, culpabilidad por haber disfrutado, incluso reído, con el humor negro, profundamente cínico, de esta comedia salvaje, inclemente, que muestra a unos personajes ridículos en su estupidez, ciegos en su ambición, sin otra moral que la del dinero. Y, por último, queda también una sensación de desasosiego provocada por un sustrato político desesperanzador, por un espejo que refleja lo más podrido y decadente de un sistema que se autodestruye sin que nadie esté dispuesto a cambiarlo. 



La intención de Andrew Dominik -director australiano con películas tan interesantes en su haber como Chopper (2000), que dio a conocer a Eric Bana, o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), en la que también actuaba Brad Pitt, y que supo conjugar el western crepuscular con una poética cercana al cine de Malick- es hacer una comedia de humor negro sobre la crisis actual, trasladar al género mafioso una historia que a todos nos resulta familiar. Como el propio director explica "imaginaba una película llena de personajes intentando conseguir pasta, sin tener ni idea de lo infelices que eran, cuyos trabajos eran un asco y sometidos a jefes indecisos e incompetentes". Ese capitalismo salvaje e inhumano es el que retrata a través de una historia simple y puede que un tanto obvia, desarrollada en ambientes mafiosos de arrabales empobrecidos. 

Dos marginados en busca de dinero realizan un atraco en una timba de póquer. A partir de ahí se desencadena una caza en la que un asesino a sueldo, ese demonio apocalíptico interpretado por Brad Pitt, recibe órdenes de unos misteriosos jefes de los que nunca veremos sus caras. Tampoco el director nos permite tener ninguna referencia espacial, no sabemos en qué ciudad de Estados Unidos se desarrolla la trama, nos muestra unos paisajes olvidados por el desarrollo, grises y lluviosos, donde la crisis global más ha golpeado. La violencia cruda y sangrienta de los asesinatos, con un estilo que puede recordar a Tarantino, se va intercalando con secuencias cómicas que remiten a los hermanos Coen más cáusticos. A través de planos cortos el director busca la cara de sus criaturas, sus miradas tristes, llenas de miseria, fiel reflejo de una esencia traicionada en su raíz, de un vacío demoledor que los arrastra hacia la perdición. En los numerosos diálogos palpita esa tensión entre los impulsos más depredadores y los principios y la moral traicionadas. Nos reímos de la farsa trágica que presenciamos, pero al mismo tiempo nos invade una angustia ética. El trabajo de edición sonora también incide en este aspecto, introduciendo discursos políticos y mezclando sonidos desagradables (chirridos de ruedas, helicópteros, disparos) para aumentar la sensación de desasosiego en el espectador. Una obra, por lo tanto, que difícilmente dejará indiferente y que resulta muy pertinente en los tiempos que vivimos.    

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