miércoles, 29 de junio de 2011

Million Dollar Baby

Clint Eastwood, 2004.

Eastwood es un gran cineasta, con un estilo propio y que, en sus siempre bien recibidas películas, reflexiona principalmente sobre el desgaste del sueño americano. La mesa sobre la que se sirve el banquete de este sueño se sustenta sobre cuatro patas: el éxito, la familia, la comunidad y Dios. El director  se empeña en mostrarnos la inestabilidad de esas patas y  cómo la mesa se  puede caer con todo el aparejo del festín. Algunos ejemplos recientes son Mystic River (2003), Gran Torino (2008) o  Changeling (2008), donde se centra en la familia y la comunidad para mostrar una sociedad deshecha. El maniqueísmo del que están impregnadas sus películas no es el resultado de una visión simplista de la realidad, sino que es un mecanismo expresivo, una psicomaquia necesaria para poder golpear con más fuerza las conciencias. 

Pero de todas sus películas, quizás es en Million Dollar Baby donde menea con más brío las cuatro patas al mismo tiempo. Por un lado, el éxito. La boxeadora treintañera, Maggie, es el prototipo de persona con las virtudes necesarias para alcanzar aquello que se proponga: trabajadora, perseverante, humilde y ambiciosa. Pero justo cuando está tocando con los dedos su sueño, todo se derrumba por un accidente desafortunado. Maggie queda paralizada de cuerpo entero.

La familia. La boxeadora es la hija que todos querrían tener. Además de las virtudes antes mencionadas, es honesta dulce y tierna. El personaje interpretado por Eastwood, Frankie, que acaba aceptando ser su entrenador después de la insistencia de la chica, también establece una relación paternal con ella. Pero su familia real está lejos de ser la idílica. El dinero parece ser su único interés. 

La comunidad. El club de boxeo en el que entrena la luchadora Maggie está poblado de distintos personajes que establecen una interesante red de relaciones. Frankie regenta el club. Es un hombre huraño que se ha rodeado de una coraza para no volver a repetir errores del pasado y se ha vuelto excesivamente conservador. Eso le ha hecho perder oportunidades, pero también le ha convertido en un hombre con una sabia prudencia. También está el viejo boxeador al que Frankie acoje por compasión y por un sentimiento de culpabilidad, otro joven enclenque con mucho corazón y poca pegada, el soberbio que aprende una importante lección y, sobretodo, esos desheredados que se refugian bajo el techo del gimnasio y que encuentran la redención dentro de esa comunidad de perdedores. 

Por último, Dios. Cuando la boxeadora pide ayuda a su entrenador para acabar con su vida, Frankie se enfrenta de lleno con las paradojas y las contradicciones de la moral cristiana. La eutanasia no significa aquí una rendición, sino una nueva lucha de la boxeadora por un final digno. La posible afrenta a Dios poco importa frente al sufrimiento de un ser humano. 

Clint nos regala una completa y nada complaciente visión de América a la deriva. En sus imágenes hay una nostalgia que palpita desde la oscuridad en la que se encuentra una civilización cuyos ideales se han podrido.   

martes, 21 de junio de 2011

The New World

Terrence Malick, 2005.

Malick es un artista particular. El director, ganador de la Palma de Oro de Cannes por su última película The Tree of Life, no concede entrevistas y apenas hay imágenes de él. Es de los que se toma su tiempo cada vez que emprende un proyecto, aunque últimamente parece que le han entrado las prisas y ya tiene otra película casi terminada (The Burial). Sus obras son pausadas y poéticas, sus imágenes buscan la trascendencia y sus preocupaciones son metafísicas. Aún así, su cine tiene suficientes elementos para poder ser disfrutado por un público amplio. En The Thin Red Line (1998) entregó una soberbia película bélica enmarcada en la batalla de Guadalcanal durante la Segunda Guerra Mundial. 

Su siguiente obra, The New World, nos traslada al siglo XVII para contarnos la historia de Pocahontas y el capitán Smith. Esta base argumental, que en otras manos puede dar lugar a un producto convencional e incluso empalagoso, sirve de pretexto para que Malick reflexione sobre uno de sus temas favoritos, la pérdida de la inocencia del hombre, alienado por una civilización que prioriza por encima de todo el desarrollo materialista frente a otros valores más humanistas. Como contrapartida a una civilización desarrollada y corrupta, la de los primeros colonizadores británicos, nos muestra un poblado de indígenas que mantienen su esencia más primitiva, en estrecha relación con la naturaleza y viviendo sin elementos perturbadores como el dinero, el poder o la tecnología. Las imágenes del director exaltan este modo limpio y pleno de vida, donde no existen palabras como envidia o codicia. Este paraíso es representado con toda la fuerza expresiva del director americano, célebre por su cuidado exquisito a la hora de escoger los planos, siempre de una belleza deslumbrante. Y en este escenario idílico, lleno de imágenes poéticas, es donde nace la pasión entre los dos protagonistas. La expulsión del paraíso llega en forma de guerra, inevitable cuando los sórdidos colonizadores muestran sus intenciones de quedarse. 

Pocos directores son capaces de sugerir tanto con sus imágenes como Malick, llegar a tocar lo inaprensible, acercarnos a lo espiritual. Quizás Tarkovsky, aunque resulta menos accesible. Algunos se aburrirán con su ritmo lento y su narrativa diluida, otros dirán que es magistral. Mi opinión es que merece la pena dejarse llevar. 

miércoles, 15 de junio de 2011

Misterios de Lisboa

Raúl Ruiz, 2010.

Obra cumbre del director chileno de setenta años, responsable de otras películas como Le temps retrouvé (1999) o Klimt (2006). Sus cuatro horas y media de duración son una delicia para los amantes del culebrón de altos vuelos. 

El retrato que realiza la película de la aristocracia portuguesa y francesa de finales del siglo XIX, de sus vilezas y sus conspiraciones contadas como si se tratase de un folletín teatralizado, la emparenta con la gran obra maestra de Jean Renoir, La règle du jeu (1939). Basada en una novela de Castelo Branco, Ruiz nos cuenta la historia de una serie de personajes que se relacionan entre sí a través de un extravagante entramado de amoríos, coincidencias y enemistades que se despliegan en una inabarcable sucesión de relatos. 


Los misterios a los que se refiere el título de la película son los que esconden las distintas criaturas que pueblan este gran tapiz y que se van descubriendo conforme damos vueltas en la espiral que gira alrededor del mundo hipócrita de la alta burguesía retratada. La complicada estructura narrativa consigue hacernos sentir el vértigo del absurdo de la vida y, al mismo tiempo, el placer que supone la observación del teatro de las miserias humanas. No en vano, el director inserta fragmentos en los que la historia se cuenta con la ayuda de un pequeño teatrillo. A su vez, su estilo delicado y exquisito, reflexiona sobre la representación.  En diversas ocasiones el director utiliza el doble encuadre, como cuando vemos una escena a través del ventanal de un carruaje o a través de una puerta. Todo nos invita a distanciarnos para disfrutar de la historia, de la narración en la que se desvelan misterios y secretos inventados. Puro placer.  

jueves, 9 de junio de 2011

Dead Ringers

David Cronenberg, 1988.

Todos los directores de cine tienen alguna tara, pero si hay un cineasta con una mente enfermiza, ese es David Cronenberg. Es uno de esos creadores que si no hubiesen canalizado sus obsesiones a través del arte probablemente estaría en un manicomio en el mejor de los casos. Películas como Scanners, Videodrome, The Fly, Naked Lunch, Crash o Existenz son un muestrario de las pesadillas que asolan a este genio canadiense. La carne como esencia de nuestra naturaleza, la degradación a la que estamos condenados, las máquinas como objetos sensuales, las perversiones sexuales, el uso de drogas y la búsqueda de la identidad propia en una sociedad alienante son algunos de los temas recurrentes en su filmografía. 

En esta película dos gemelos ginecólogos, que disfrutan de un relativo éxito profesional, se adentran en una crisis existencial al establecer una relación con una actriz cuyas tendencias sexuales son extravagantes. Uno de los gemelos, más sensible y bondadoso, se enamora de la actriz, mientras el otro la utiliza en un juego de identidades que acabará por destruir el trío y el equilibrio fraternal. Esto desencadenará un enfrentamiento entre los dos hermanos que afectará a su reputación profesional y que llevará al más débil a una espiral autodestructiva con drogas por medio. 



Algunos elementos narrativos son de una fuerza perturbadora inusual, como esos instrumentos quirúrgicos que parecen más bien instrumentos de tortura pero que son expuestos en una sala como si fueran obras de arte. Cronenberg muestra una capacidad inigualable para crear criaturas perturbadas y cercanas al mismo tiempo, con patologías extrañas, encerradas a su vez en una atmósfera malsana y opresora. Un viaje a lo más oscuro del ser humano.

domingo, 5 de junio de 2011

White Material

Claire Denis, 2011.

Otra directora de cine francés con una visión muy personal e interesante. Luego dicen los entendidos, como nuestro resplandeciente y envalentonado nuevo director de la Academia de Cine, José Garasino, que el cine de nuestros vecinos es siempre igual. Más quisiéramos nosotros que tener una industria tan sana y variada como la francesa. Pero estas son otras discusiones.

Aquí tenemos la otra cara, menos romántica y más turbia, de Memorias de África (Sydney Pollack, 1985). En esta película nos sumergimos en una guerra civil de un país africano de la mano de una mujer, interpretada por la siempre soberbia Isabelle Huppert, que es la heredera de una plantación de café y que está dispuesta a arriesgarlo todo por mantener a flote la empresa. Todo a su alrededor parece hundirse, sus colaboradores huyen, su marido intenta vender la hacienda a sus espaldas y su hijo, un vago desmotivado, se comporta como un verdadero tarado. La fortaleza de la mujer para intentar sostener en sus espaldas un mundo que se desmorona es casi suicida y nos hace dudar de sus motivaciones. 

La directora nos presenta unos personajes complejos sumidos en una atmósfera febril a punto de incendiarse. A pesar de algunos momentos desconcertantes, casi ridículos, como la locura poco justificada del hijo mayor que se afeita la cabeza y se lanza a la calle con un rifle, la película nos arrastra a un mundo opresivo y malsano, donde el caos se muestra como una fuerza implacable. La protagonista es una mujer capaz de luchar hasta la extenuación por proteger el orden, la propiedad y, sobre todo, su familia. Por el contrario, los personajes masculinos, entre ellos un recuperado Christopher Lambert, son mostrados como seres débiles e indefensos, incapaces de salir adelante sin el soporte femenino. Ese es el punto de vista de la directora cuyo discurso es, al menos, sincero y valiente.