miércoles, 15 de junio de 2011

Misterios de Lisboa

Raúl Ruiz, 2010.

Obra cumbre del director chileno de setenta años, responsable de otras películas como Le temps retrouvé (1999) o Klimt (2006). Sus cuatro horas y media de duración son una delicia para los amantes del culebrón de altos vuelos. 

El retrato que realiza la película de la aristocracia portuguesa y francesa de finales del siglo XIX, de sus vilezas y sus conspiraciones contadas como si se tratase de un folletín teatralizado, la emparenta con la gran obra maestra de Jean Renoir, La règle du jeu (1939). Basada en una novela de Castelo Branco, Ruiz nos cuenta la historia de una serie de personajes que se relacionan entre sí a través de un extravagante entramado de amoríos, coincidencias y enemistades que se despliegan en una inabarcable sucesión de relatos. 


Los misterios a los que se refiere el título de la película son los que esconden las distintas criaturas que pueblan este gran tapiz y que se van descubriendo conforme damos vueltas en la espiral que gira alrededor del mundo hipócrita de la alta burguesía retratada. La complicada estructura narrativa consigue hacernos sentir el vértigo del absurdo de la vida y, al mismo tiempo, el placer que supone la observación del teatro de las miserias humanas. No en vano, el director inserta fragmentos en los que la historia se cuenta con la ayuda de un pequeño teatrillo. A su vez, su estilo delicado y exquisito, reflexiona sobre la representación.  En diversas ocasiones el director utiliza el doble encuadre, como cuando vemos una escena a través del ventanal de un carruaje o a través de una puerta. Todo nos invita a distanciarnos para disfrutar de la historia, de la narración en la que se desvelan misterios y secretos inventados. Puro placer.  

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