viernes, 25 de febrero de 2011

Parallel Worlds, Parallel Lives

Louise Lockwood, 2007.

Los intelectuales, teóricos y demás pensadores no deberían tener descendencia. No hay más que ver la imagen de la izquierda para comprender que no están capacitados para procrear, y mucho menos para criar y educar. El mundo es de la gente práctica, la que sabe cambiar unos pañales, puede reparar un radiador que gotea o, al menos, sabe vender bien un coche. ¿A quién le interesa la existencia de mundos paralelos? A gente incapacitada, inútil. Mark Oliver Everett, conocido como E y líder de la banda de rock independiente Eels, es un genio de la música, vive para, por y gracias a ella. Su padre, Hugh Everett III, era un genio de la Física, autor de una revolucionaria interpretación de la mecánica cuántica que le llevó a la conclusión de la existencia de universos paralelos. Pero los genios, además de torpes, pueden llegar a ser muy raros. Y este lo era. Vivía perdido en uno de esos universos parelelos, imaginados por él, y todo lo que ocurría alrededor de su familia le era ajeno. La relación entre E y su padre era muy fría, hasta tal extremo que el contacto más cercano que tuvieron fue cuando Hugh murió de un infarto y su hijo intentó en vano reanimarlo. Esto ocurrió cuando Mark era todavía un adolescente, pero las desgracias en su familia acababan de empezar. Su hermana, Liz, se suicida unos años después y su madre muere de cáncer. Mientras, E sobrevive refugiado en la música, y ¡vaya música! Mezcla de rock alternativo, country y blues, entre otros, su estilo atrevido y sus letras atormentadas y emotivas, reflejo de los golpes que la vida le está propinando, lo llevan a un amplio reconocimiento de crítica y público. 


Este documental, complemento perfecto de la biografía de Mark, Cosas que los nietos deberían saber, aborda el viaje que emprende para recuperar la memoria de su padre. No se trata exclusivamente de un documental sobre una teoría de física cuántica, sino también sobre el (re)descubrimiento de la figura paterna. E no era un estudiante brillante, de hecho era un desastre en todo lo que tuviera que ver con las ciencias. Pero las explicaciones de los que tuvieron alguna relación con su padre intentan dar luz a un mundo complejo y sorprendente. 

Los descubrimientos sobre el comportamiento de las partículas subatómicas significaron durante el siglo pasado una de las revoluciones más importantes en física. Aún hoy se está trabajando en resolver el problema de unificar en una sola teoría las ecuaciones de la relatividad de Einstein, las de Maxwell sobre las fuerzas electromagnéticas y las de la mecánica cuántica. La relatividad de Einstein significó una reformulación de la gravedad de Newton para explicar el comportamiento en la tierra y en el universo de esa fuerza. Sin embargo, las leyes de la mecánica cuántica no cuadraban con lo observado hasta entonces. Las distintas partículas subatómicas tienen un comportamiento que parece aleatorio, de manera que solamente se puede hacer un estudio probabilístico sobre su posición. Incluso hay experimentos, tal y como se muestra en el documental, que señalan la posibilidad de que una de esas partículas esté en dos posiciones espaciales al mismo tiempo. La física tradicional se había quedado obsoleta para explicar esto. Hoy en día teorías como las supercuerdas o la teoría M intentan unificar todo este barullo, pero lo cierto es que no pueden comprobarse, ni son falsables, lo que las acerca más a la filosofía que al método científico. Y eso nos lleva de vuelta al s.VI y V a.C. cuando los presocráticos se preguntaban por la naturaleza. Parece que cuando Parménides decía que era imposible el movimiento, y, por tanto, la física, dentro de la vía del ente, no estaba tan alejado de lo que se discute actualmente. 

Pero volviendo al documental, las conclusiones a las que llegó Hugh Everett III fueron que nuestro universo no es el único y que existen infinidad de mundos que se desarrollan en paralelo. ¿De locos? Puede, pero lo cierto es que esta teoría ha dado mucho juego a la ciencia ficción, véase Star Treck, Lost y tantas otras. Con un humor socarrón E intenta digerir toda esta locura y, al mismo tiempo, se agarra al momento presente, consciente de que la fragilidad de este mundo bien merece disfrutar al máximo de las pequeñas cosas. Y si hay un mundo paralelo, seguro que no será mejor que este.


sábado, 19 de febrero de 2011

Monsters

Gareth Edwards, 2010.

Un título así puede llevar a engaño. Y es que la película de este joven y talentoso director inglés no es la típica cinta de extraterrestres con el ejército o con héroes anónimos que se enfrentan o huyen de ellos. Como él mismo asegura se trata más bien de contar una historia intimista que empieza justo cuando las otras películas convencionales del género terminan. La premisa es que una nave espacial de la NASA, que ha viajado para recoger muestras en un planeta lejano, tiene un accidente a su vuelta. Seis años después de este accidente una amplia zona en la frontera entre Estados Unidos y México está infectada, poblada por extraterrestres. La normalidad se ha instaurado y los habitantes de las zonas infectadas y colindantes viven en medio de ataques aéreos con gases tóxicos. Esta convivencia con los extraterrestres nos remite a otra película anterior, Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009) donde esa coexistencia tensa, pero pacífica, se rompía, produciéndose una ofensiva en el campo de refugiados en el que se encontraban recluidos los marcianos. Aquí los extraterrestres son unos pulpos gigantes, que parecen sacados de La guerra de los mundos de H.G. Wells, aunque menos agresivos que en el libro. 



Los calamares gigantes aparecen tres veces a lo largo de la película y el resto del tiempo son una amenaza en segundo plano. El interés del director se centra en contarnos el viaje a lo largo de la zona infectada de una pareja de jóvenes, una chica que está prometida y que ha decidido hacer un viaje aventurero cerca de la zona infectada y un fotógrafo que trabaja para el padre de la chica y que es requerido por este para que proteja a su hija en el viaje de vuelta a casa. 

Edwards escribe, dirije, es responsable de la fotografía, del montaje y de los efectos especiales de una película que sorprende por su equilibrio entre el suspense creado por una atmósfera apocalíptica y la tensión sexual que se crea entre los protagonistas. Con un equipo de cinco personas y un presupuesto ínfimo, el director es capaz de demostrar que la tenacidad y la imaginación son un buen sustituto de los grandes presupuestos. Rodado con una cámara de vídeo con adaptadores que le dan una factura cinematográfica impecable, Edwards consigue imágenes de una mística comparable a la de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). No en vano, también aquí se trata de un viaje, metáfora de otro interior, y los homenajes a la película de Coppola son continuos, como esa patrulla de rescate que tararea La cabalgata de las Valkirias de Wagner, o esa travesía en bote a lo largo de un río inquietante. También hay un componente de crítica soterrada hacia la política de inmigración de Estados Unidos. La gran muralla que se construye en la frontera con México no solo protege a los americanos de los extraterrestres. El valiente director nos demuestra que siempre existen medios para que el impulso creativo en los márgenes de la industria no tenga límites.


miércoles, 16 de febrero de 2011

La danse - Le ballet de l'Opéra de Paris

Frederick Wiseman, 2009.

Va por delante que esta peli no es apta para los que buscan emociones fuertes. No es Cisne Negro (Darren Aronofsky, 2010). Es danza, reuniones, danza, pasillos, danza, operarios limpiando, danza... En el programa de televisión Fama por lo menos se pone a parir de vez en cuando a los vanidosos bailarines. Dicho esto, hay que reconocer que la película atrapa en ese mundo elitista en el que nos sumerge. 

Wiseman es un documentalista americano muy valorado por la crítica internacional y olvidado hasta ahora por la distribución española. Lleva muchos años siendo fiel a un estilo personal que lo ha llevado a diseccionar distintas instituciones. Su forma de entender el documental pasa por descubrir la obra a lo largo del rodaje y durante la edición. Graba las imágenes desde la sombra, no interviene en la acción que se desarrolla a su alrededor. Eso sí, se mantiene revoloteando como una mosca alrededor de los protagonistas (a su estilo lo llaman "fly on the wall") y captura todo lo que ocurre con su cámara. Lo sorprendente es que su intromisión no parece importar ni afectar a ninguno de los protagonistas, que actúan y hablan como si no hubiese una cámara presente. Esa es la gran virtud de este documentalista, que es capaz de desaparecer, de hacerse invisible y no interferir en lo que ocurre delante de su equipo de grabación. En este documental rodó 130 horas durante la primavera de 2007. El trabajo de edición y montaje le llevó un año, tiempo durante el que seleccionó y reflexionó sobre cómo iba a ser su película, buscó la estructura dramática y le dio el ritmo adecuado. Aunque parezca que no hay ningún hilo argumental, que las imágenes se suceden aleatoriamente, el director americano asegura que hay un armazón narrativo muy bien estructurado. Bien, él sabe más que nosotros. El resultado es un documental que se adentra en una de las instituciones culturales más importantes de Francia, la Ópera de Paris.



Wiseman siempre ha sido un fan de la danza y ya había realizado un documental sobre este mundo tan hermético de la alta cultura en su país natal. En esta ocasión recorre todos los rincones del palacio de la Ópera de París, desde los sótanos hasta los tejados, y filma todo lo que ocurre en los despachos de administración, en las distintas salas de ensayos, en los talleres y en el escenario. La actividad no cesa en ningún momento y somos testigos privilegiados de una forma de trabajar que ha llevado a la compañía a lo más alto de la danza a nivel mundial. Así nos podemos sentir como uno de los benefactores de los que se habla en una reunión en la que se prepara una recepción con visita a los ensayos. De hecho, nos enteramos de que uno de los contribuyentes es precisamente Lehman Brothers, cuando todavía era importante en el entramado financiero que se estaba derrumbando. El espectador se situa desde una posición privilegiada para observar cómo las grandes figuras de la danza trabajan hasta el tedio para perfeccionar cada detalle, cada movimiento, dentro de la obra que van a representar. 

El director se interesa por el trabajo prosaico que hay detrás de un resultado poético. El arte como work in progress. También el trabajo de Wiseman es una obra en construcción, donde lo que interesa es el proceso, la búsqueda. En esto comparte la filosofía de Pedro Costa, cuyo documental del mismo año, Ne Change Rien, también muestra los repetitivos ensayos de otra artista, la cantante Jeanne Balibar. Aquí se exhibe todo lo mundano y aburrido que rodea a la institución en estudio, los operarios, el servicio de limpieza, las discusiones sobre las jubilaciones de los bailarines. Prosa dentro de las tripas de la poesía. No hay nada de romántico en las repeticiones de los movimientos que realizan las estrellas de la danza, aunque la belleza plástica de los cuerpos en movimiento es innegable. Es en esa tensión que se produce entre el arte y el trabajo previo en donde se situa la mirada del documentalista para construir un testimonio sobre unos seres que luchan por vencer las leyes de la gravedad y crear magia con sus movimientos.

domingo, 13 de febrero de 2011

True Grit

Ethan Coen, Joel Coen, 2010.

El cine contemporáneo ha dado muy buenos westerns,  algunos como Sin Perdón (Clint Eastwood, 1992) o el más reciente El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007) resuenan en esta película. El viaje en busca de una venganza es un tema que ya trataba Sin Perdón. También hay escenas como la del ranger usando su rifle a larga distancia que nos remiten a la película de Eastwood. Por otro lado, El asesinato de Jesse James comparte con la de los Coen el mismo responsable de fotografía, Roger Deakins, habitual en el cine de los Coen (Fargo, El gran Lewovski, El hombre que nunca estuvo allí, por poner algún ejemplo). Coinciden en una atmósfera crepuscular y fría y, en las dos, somos testigos de cómo la leyenda se acaba transformando en una caricatura circense, en una representación donde los actores, supervivientes de otra época, no encuentan su lugar en un nuevo mundo civilizado. 

La película de los hermanos Coen está basada en el libro True Grit de Charles Portis, adaptada ya en Valor de Ley (Henry Hathaway, 1969) con un maduro John Wayne que recibió el Oscar por su interpretación de Rooster Cogburn. Jeff Bridges retoma el mismo personaje, con el parche en el otro ojo, y construye de manera soberbia al decadente ayudante del sheriff, entrañable y complejo, con múltiples capas que van desde la crueldad y el salvajismo hasta la ternura, la socarronería y la valentía. Pero el punto de vista narrativo es el de otro personaje, una adolescente, en apariencia dura y manipuladora, a cuyo padre han asesinado y al que está dispuesta a vengar cueste lo que cueste. También  hay algunos secundarios magníficos, como el asesino del padre, un vaquero torpe y un tanto estúpido, un pobre diablo que parece más víctima que villano. Los Coen retoman con este personaje una de las constantes en su filmografía, la estupidez humana y lo ridículo e indefenso que se encuentra el hombre ante su existencia azarosa. 

La aventura es narrada como los recuerdos rememorados por la muchacha cuando ya es adulta y el mundo ha cambiado, lo que hace que el tono sea nostálgico y las imágenes destilen melancolía. El viaje iniciático de la adolescente por el oeste más salvaje es un paseo por el infierno, por unos páramos llenos de fantasmas y de seres sacados de un mundo mitológico, como ese jinete abrigado por una piel de oso que aparece de la nada. 


La muchacha se tiene que enfrentar con la muerte desde el inicio de la película hasta el final, es testigo y partícipe de una violencia despiadada y, de esa manera, su periplo también tiene como destino un renacimiento,  un descubrimiento del mundo adulto, plagado de maldad y dolor. Los Coen realizan una obra fascinante y mágica, una fábula con toques de humor negro y secuencias magistrales que son difíciles de olvidar.

lunes, 7 de febrero de 2011

Ágora

Alejandro Amenábar, 2009.


La grandilocuencia de esta película va en detrimento de su discurso. Y es una pena porque Amenábar trata temas de interés y con una profundidad que se ve diluida por las concesiones que se hacen al cine comercial. 

La historia de Hipatia, filósofa y maestra, que destacó en las ramas de las matemáticas y la astronomía, es la de la búsqueda de la verdad frente a la superstición. La reconstrucción de la Alejandría del siglo IV es espectacular y el director no escatima medios para conseguir planos que muestren toda su grandeza. Hay un plano cenital en el que vemos a los habitantes de la ciudad correr como si fueran hormigas, una metáfora obvia pero que funciona. 

La convivencia entre las distintas religiones y creencias como la pagana, la cristiana y la judía es frágil pero se mantiene un tiempo durante el cual florece el pensamiento y el desarrollo de las ciencias, impulsado por sabios como Hipatia que discuten con respeto en el ágora del templo pagano. El equilibrio se rompe pronto y las luchas por la supremacía llevan a la devastación de una civilización y su legado cultural, ardiendo la biblioteca que almacenaba miles de valiosos documentos que se perdieron para siempre. 

Amenábar reflexiona sobre la tolerancia y en sus imágenes busca el paralelismo con la situación actual, mostrando lo absurdo de la violencia que proviene del fanatismo de una u otra religión o ideología. Hipatia es un ser delicado en un entorno en ebullición, intenta mantenerse ajena a la locura y estupidez que se expande rápidamente, pero su lucidez no son suficientes para vencer la oscuridad en la que se sumerge un pueblo que no acepta la diferencia del otro. 

miércoles, 2 de febrero de 2011

Animal Kingdom

David Michôd, 2010.

Otro producto Sundace y otra decepción. Y no es la primera. Está claro que los criterios de este festival no se amoldan a mis gustos. De nuevo, es más la vistosidad del envoltorio que la calidad del caramelo que viene dentro. Me gusta más observarlo que chuparlo. Esta película australiana fue la triunfadora de la edición del año pasado del festival de los envoltorios indie, junto con Winter's Bone (Debra Granik, 2010), otra peli ensalzada por cierta crítica pero que visto lo visto, me huele a chasco. Aunque soy tan iluso, que seguro que acabo viéndola. No aprendo.

Bueno, la peli. La historia se centra en un adolescente cuya madre muere por sobredosis. En la secuencia inicial se muestra la apatía del muchacho que prefiere ver la televisión que interesarse por la situación de su madre. Ante esta tragedia, que no parece afectarle mucho, el chico decide recurrir a la ayuda de su abuela que vive con sus hijos, los cuales forman parte de una supuesta banda de gángsters. La familia es bastante rara. Para empezar la mujer trata a sus hijos con algo que va más allá del simple amor de madre. Hay algo malsano que nunca se materializa, pero que está latente en el ambiente familiar. 



A los cuatro hijos no los vemos cometer atracos espectaculares (como ocurría en The Town), ni negociando con miembros de otras organizaciones mafiosas. Sólo los vemos en reuniones familiares en las que se quejan de la persecución policial a la que les someten. Y vaya persecución. A la primera ocasión, un escuadrón de un grupo policial mata a uno de ellos. El resto de los hermanos, encabezados por el violento primogénito, deciden vengarse matando a dos  polis de una patrulla que nada han tenido que ver con la muerte del hermano. Una violencia sin sentido, incomprensible y que no conduce a nada. A partir de ahí, un agente los interroga e intenta presionar al adolescente protagonista para que declare en contra de la familia que lo acoge. El protagonista se encuentra entre la espada y la pared. Todo lo que ocurre después, que no voy a detallar para no estropear la sorpresa, es aleatorio y sin justificación. 

Las acciones no surgen de manera natural de los personajes, más bien parece que el guionista nos quiere mantener interesados a golpe de secuencias efectistas. Los diálogos abusan del mismo tono, lento y manteniendo la calma. Todos los personajes resultan impávidos. De acuerdo que son más molestos los gritos histéricos (un ejemplo claro lo tenemos en el cine español con las dos partes de Rec), pero de ahí a que todos los personajes sean igual de planos y fríos... Pues no, no ayuda a darle sustancia al caramelo. Por lo tanto, la película no pasa de ser una curiosidad en cuanto adaptación australiana del género de gángsters que se disfruta si nos olvidamos de sus carencias. Poco más.