domingo, 25 de noviembre de 2012

Prometheus


Ridley Scott, 2012.

La precuela de Aliens, rebosante de efectos especiales y de un gran despliegue técnico, me resultó grandilocuente e insulsa. No era suficiente con volver la vista atrás a una película que en su día revolucionó el género.  De la criatura de mandíbula desplegable poco veremos. Los grandes temas, como la búsqueda de los orígenes del hombre, empañan la historia y la diluyen en algo impreciso, vacío.  




sábado, 17 de noviembre de 2012

Diamond Flash

Carlos Vermut, 2011.


Sorprendente primer largometraje de Carlos Vermut, un director independiente que ha demostrado a la industria del cine español que con muy pocos recursos se pueden hacer películas estimulantes.  


La película se despliega en múltiples direcciones utilizando y subvirtiendo distintos géneros y con vertiginosos cambios de tono. El guión está construido milimétricamente, pero en ningún momento se hace evidente. Vermut evita los diálogos explicativos, prefiere sugerir, acercarse a sus personajes desde los detalles que los convierten en gente de la calle. Los actores, todos desconocidos, realizan un trabajo asombroso gracias a una dirección obsesiva, que se olvida de la perfección técnica, para centrarse en que las actuaciones resulten convincentes. La historia es lo de menos, lo importante es cómo se cuenta. Una niña desaparece. Su madre, desesperada, busca una fotografía de ella para poderla entregar a la policía y que puedan iniciar la búsqueda. A partir de este punto de inicio se van desarrollando distintas tramas que tienen alguna conexión con la primera y que nos conducen por una montaña rusa llena de angustia, de maldad y de una ironía oscura difícil de olvidar. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Skyfall

Sam Mendes, 2012



Aburrida, ridícula, laaaarga. Y encima pretenciosa. Un guión que pretende recuperar los ingredientes originales de la serie, actualizándolos a través de una trama donde el malo actúa desde la sombra a través de la red. La dirección de alguien como Sam Mendes pretende darle un toque de autor que lo único que consigue es sumergir la película en un terreno incierto, a medio camino entre la diversión y la solemnidad más absurda. Las referencias a otras obras como El silencio de los corderos o Perros de Paja no funcionan ni como homenaje ni como fuente de inspiración. Más bien parecen una copia burda por falta de ideas originales. Por otro lado, el personaje de Javier Bardem se desborda en su histrionismo. Loco, gay, hacker, gentleman, espía resentido, genio del terrorismo, demasiados ingredientes que resultan en un plato indigesto.


lunes, 15 de octubre de 2012

Cosmopolis

David Cronenberg, 2012



La gente se marcha de esta película y los que aguantan lo hacen con risas de incomprensión o de incredulidad. No es una película fácil, se desarrolla prácticamente de principio a fin dentro de una limusina y los diálogos son enrevesados, con múltiples tecnicismos y un estilo frío y deshumanizado. Sólo se puede disfrutar de esta obra si se está dispuesto a verla sin prejuicios, como una metáfora de un sistema capitalista en decadencia, donde nadie comprende exactamente los movimientos fluctuantes del mercado, donde decisiones realizadas en un pequeño despacho afectan a toda la economía global. 












Fiel a la novela homónima de Don Delillo, Cronemberg pone imágenes a una historia que supo preveer con bastante antelación -fue escrita a principios de la década anterior cuando todavía no había estallado la tormenta financiera- los derroteros por los que deambula el mundo actual. Es una película de diálogos, casi teatral, donde la acción ocurre fuera de plano, en un escenario del que los protagonistas huyen, aislándose en su burbuja de riqueza y cinismo. El protagonista, el joven multimillonario Eric Packer, representa el (anti)héroe de ese mundo financiero complejo. El viaje que realiza en limusina por las calles de Manhattan para cortarse el pelo, es un viaje en busca de sus orígenes. Eric es un muchacho que ha perdido el contacto con la realidad, que vive las relaciones con los demás como meros intercambios contractuales, incluyendo sus relaciones sexuales. Sus conversaciones tienen algo de profundamente extraño, tristes y vacías, abstractas como sus gustos pictóricos y el mundo telemático en el que mueve su capital. Hay algo en su interior que se rebela y grita por resurgir, de ahí esas reacciones extrañas, violentas e incluso autodestructivas. 

Por lo tanto, a pesar de una engañosa frialdad y un ambiente enfermizo, de ese silencio despreocupado que hay dentro de la limusina mientras la ciudad arde y se desangra detrás de los cristales, hay una fuerza latente que lucha por devolver todo a su cauce normal, por recuperar la esencia. En esa tensión subterránea se agita una película que se pasea por el abismo con una lucidez nada complaciente. 

sábado, 29 de septiembre de 2012

Un Amour de Jeunesse


Mia Hansen-Løve, 2011. 



En su corta trayectoria como directora, Mia Hansen-Løve ha sabido encontrar un estilo propio que la acerca al realismo de la Nouvelle Vague pero con unos rasgos propios muy definidos. Su cine se aleja de la espectacularidad y del sentimentalismo, sus historias son sencillas pero llenas de honestidad y de una emotividad sutil pero vigorosa. Si en Le père de mes enfants (2009) se centraba en la pérdida de un ser querido y en el dolor y el vacío que provocaba, en esta película nos cuenta los vaivenes de un amor de primera juventud. 

Camille está locamente enamorada de Sullivan y los dos mantienen una relación apasionada, a pesar de que Sullivan rehuye el compromiso al que ella está dispuesta. Cuando Sullivan se marcha a iniciar una aventura por Sudamérica, Camille sufre un gran golpe que la llevará a la depresión, de la que saldrá unos años después cuando conoce a un profesor de arquitectura con el que inicia una relación. Sin embargo, la herida y los sentimientos de Camille por Sullivan permanecen abiertos y, cuando él aparece por casualidad, la relación se retoma. Esta vez, Camille tiene que mentir y perder su inocencia para poder ver a su primer amor y, al mismo tiempo, mantener su relación con el profesor. La joven directora parisina no juzga en ningún momento a sus personajes, los deja respirar. La trayectoria de los protagonistas se desarrolla con naturalidad, sin golpes de efecto, dando como resultado una obra que contiene una emotividad subyacente fuerte, un lirismo ligero y trágico al mismo tiempo. La humildad con la que Mia afronta sus proyectos la aleja de los circuitos más comerciales, pero sus películas tienen el encanto de las obras pequeñas bien hechas.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Mátalos Suavemente

Killing Them Softly
Andrew Dominik, 2012


Puede que el espectador de esta película salga con una extraña mezcla de sensaciones. Por una parte, pesadumbre por el sórdido mundo que refleja de una manera tan cruda y descarnada. Por otra parte, culpabilidad por haber disfrutado, incluso reído, con el humor negro, profundamente cínico, de esta comedia salvaje, inclemente, que muestra a unos personajes ridículos en su estupidez, ciegos en su ambición, sin otra moral que la del dinero. Y, por último, queda también una sensación de desasosiego provocada por un sustrato político desesperanzador, por un espejo que refleja lo más podrido y decadente de un sistema que se autodestruye sin que nadie esté dispuesto a cambiarlo. 



La intención de Andrew Dominik -director australiano con películas tan interesantes en su haber como Chopper (2000), que dio a conocer a Eric Bana, o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), en la que también actuaba Brad Pitt, y que supo conjugar el western crepuscular con una poética cercana al cine de Malick- es hacer una comedia de humor negro sobre la crisis actual, trasladar al género mafioso una historia que a todos nos resulta familiar. Como el propio director explica "imaginaba una película llena de personajes intentando conseguir pasta, sin tener ni idea de lo infelices que eran, cuyos trabajos eran un asco y sometidos a jefes indecisos e incompetentes". Ese capitalismo salvaje e inhumano es el que retrata a través de una historia simple y puede que un tanto obvia, desarrollada en ambientes mafiosos de arrabales empobrecidos. 

Dos marginados en busca de dinero realizan un atraco en una timba de póquer. A partir de ahí se desencadena una caza en la que un asesino a sueldo, ese demonio apocalíptico interpretado por Brad Pitt, recibe órdenes de unos misteriosos jefes de los que nunca veremos sus caras. Tampoco el director nos permite tener ninguna referencia espacial, no sabemos en qué ciudad de Estados Unidos se desarrolla la trama, nos muestra unos paisajes olvidados por el desarrollo, grises y lluviosos, donde la crisis global más ha golpeado. La violencia cruda y sangrienta de los asesinatos, con un estilo que puede recordar a Tarantino, se va intercalando con secuencias cómicas que remiten a los hermanos Coen más cáusticos. A través de planos cortos el director busca la cara de sus criaturas, sus miradas tristes, llenas de miseria, fiel reflejo de una esencia traicionada en su raíz, de un vacío demoledor que los arrastra hacia la perdición. En los numerosos diálogos palpita esa tensión entre los impulsos más depredadores y los principios y la moral traicionadas. Nos reímos de la farsa trágica que presenciamos, pero al mismo tiempo nos invade una angustia ética. El trabajo de edición sonora también incide en este aspecto, introduciendo discursos políticos y mezclando sonidos desagradables (chirridos de ruedas, helicópteros, disparos) para aumentar la sensación de desasosiego en el espectador. Una obra, por lo tanto, que difícilmente dejará indiferente y que resulta muy pertinente en los tiempos que vivimos.    

domingo, 16 de septiembre de 2012

Las mejores películas de la historia

Sight&Sound es una publicación del Instituto Británico de Cine (BFI) que cada diez años realiza una encuesta entre directores, críticos y otras personalidades relacionadas con la cinematografía, y que está considerada como una de las listas más reveladoras y respetadas.

Aquí adjunto el enlace directo (es en inglés, aviso):


Y la ganadora es Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958), una obra que en su momento no tuvo el éxito que el gran genio británico esperaba, pero que con el tiempo va ganando en riqueza e influencia. Una historia de gran profundidad psicológica y que también tuvo varios hallazgos técnicos.




La lista puede sorprender a algunos, pero lo cierto es que las mentes curiosas podrán encontrar grandes tesoros que todavía no habían descubierto. Mmmm, ¡qué empiece el banquete!



martes, 4 de septiembre de 2012

No habrá paz para los malvados

Enrique Urbizu, 2011.



El thriller español es un producto que ha obtenido resultados muy diversos. Son muchas las películas que han intentado hacer una traslación directa del modelo americano, perdiendo en la comparación, ya que los recursos de uno y otro son muy distintos. Además el intento de repetir ciertos patrones hollywoodenses hacen que las películas patrias pierdan en credibilidad y frescura. Sin embargo, hay honrosas excepciones, y esta película es una de ellas. 

Enrique Urbizu ya demostró en La caja 507 (2002) que podía dotar al thriller de una inconfundible personalidad, desarrollando una historia sobre la corrupción urbanística que era muy pertinente. Con No Habrá Paz ha logrado alcanzar una mayor madurez estilística, consiguiendo un equilibrio muy meritorio entre lo que es una historia de terrorismo y tráfico de drogas y, por otro lado, una narrativa comedida, que evita los diálogos explicativos para dejar que las imágenes y, sobre todo, las acciones de sus personajes nos arrastren hasta el desenlace de una manera cautivadora. Este estilo engañosamente lánguido y taciturno recuerda al utilizado por los hermanos Coen en No Es País Para Viejos (No Country For Old Men, 2007). El protagonista principal, un elaborado y asombroso personaje lleno de sombras, el policía Santos Trinidad, interpretado por un magnífico José Coronado, se mueve como un fantasma a través de los bajos fondos buscando a un testigo de un asesinato que él mismo ha cometido en un prostíbulo. Igual que ocurría con el Anton Chigurh (Javier Bardem) de No es País Para Viejos, Santos es un ser mitológico, un anti-héroe castizo, lleno de vicios, pero al mismo tiempo con poderes sobrehumanos, que lo sabe todo y lo puede todo. 

A pesar de que no es una película perfecta, su peculiaridad estriba en usar una narrativa esquiva, que no enseña todas sus cartas, y que deja a un lado las evidencias para centrarse en los movimientos del personaje principal, uno de los más interesantes que ha dado el thriller español de los últimos tiempos. Y eso dentro del panorama charlatán y condescendiente de la industria convencional patria ya es mucho.

martes, 24 de julio de 2012

The Sitter

David Gordon Green, 2011.

David Gordon Green es un director que comenzó su trayectoria de una forma brillante con una serie de películas muy apreciables, entre las que se encuentran joyas como All The Real Girls (2003), cuyas imágenes poéticas destacaron entre la producción independiente de la década anterior. Posteriormente hizo un giro hacia la comedia más comercial y rodó películas como Superfumados (2008), Caballeros, princesas y otras bestias (2011) y la que nos ocupa, El Canguro

Se trata de una comedia olvidable, que tiene algunos momentos divertidos, pero que en conjunto no logra superar el mero pasatiempo, bastante insulso, por otro lado. Un joven, interpretado por el icono del género, Jonah Hill, acepta el encargo de trabajar como canguro para una familia en la que los niños son una verdadera pesadilla. Cuando la novia del joven lo chantajea para que le consiga cocaína, él se ve obligado a iniciar un viaje nocturno acompañado de los muchachos a los que no puede abandonar. El conflicto generacional y el viaje iniciático al mundo de los adultos es la fuente de la mayor parte de las situaciones que se producen, pero el resultado es bastante mediocre. Esperemos que el director americano retome cuanto antes el camino que inició hace diez años.

martes, 17 de julio de 2012

Le Havre

Aki Kaurismäki, 2011.

El director finés Kaurismäki es uno de esos autores habituales en los circuitos festivaleros y muy valorados por la crítica. Su estilo es muy personal y reconocible, con una sutil ironía, que puede provocar dos reacciones, cautivar o aburrir. A mí me parece un tanto sobrevalorado, no acabo de conectar con su cine, su humor me deja impasible y su dirección de actores me parece forzada. Eso sí, su puesta en escena es muy cuidada y tiene un aspecto visual de un colorido asombroso. 

En esta película adopta el tono del cuento o la fábula para retratar la situación desesperada de los inmigrantes. Un adolescente de color consigue esquivar un control policial en el puerto de Le Havre en el que es detenida su familia. Solo y sin ningún tipo de sustento, sólo puede sobrevivir gracias a la ayuda de André, un limpiabotas que vive con su mujer enferma en un barrio que se vuelca en ayudar al chico. El director intenta concienciarnos de la dureza de la realidad a través de una visión utópica en la que todos actúan desde una moralidad exquisita. Incluso el inspector de policía es un personaje increíble en su bondad, capaz de dar la espalda a su oficio y a sus compañeros para ayudar a que el chico consiga escapar. El riesgo está en que este recurso irónico pueda parecer escapismo o buenismo. 

En todo caso, me ha costado involucrarme con una historia en la que los personajes parecen seres sin ningún vigor, inmóviles, cuyas frases de guión suenan artificiosas. Como ocurre con el teatro épico de Bretch, el cine de Kaurismäki no pretende conmover al público, sino hacerle pensar. Por un lado se elimina de manera premeditada la naturalidad con la intención de que el espectador no se involucre tanto como para no poder reflexionar sobre lo que ve desde una distancia adecuada. Por otro lado se evita todo lo que pueda conducir a la emotividad. Y lo que queda es sin duda interesante y comprometido, pero le falta pasión, le falta esa palpitación que sólo puede darse desde las entrañas de los sentimintos más profundos.

martes, 3 de julio de 2012

Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres

The girl with the dragon tatoo.
David Fincher, 2011.

Para disfrutar plenamente de este thriller es conveniente no haber leído la novela en la que se basa, ni haber visto la versión europea, Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009). Así se mantendrá el factor sorpresa. David Fincher, uno de los directores más interesantes del último cine estadounidense, revolucionó el género con filmes como Seven (1995), copiado hasta el agotamiento, o la más reciente Zodiac (2007). Ahora retoma la historia de Stieg Larsson, una novela negra con los elementos tenebrosos suficientes para que Fincher se interese por llevarla al cine. El mal, la violencia y los aspectos más oscuros del hombre son temas que pueblan una obra áspera y nada complaciente a pesar de utilizar una estructura narrativa clásica. 

Un periodista, interpretado por un solvente Daniel Craig, es contratado por un adinerado empresario para que investigue la desaparición de una sobrina suya hace muchos años. Le acompañará en este trabajo una joven y siniestra hacker, interpretada por la magnífica Rooney Mara que encarna uno de los personajes más fascinantes que se han encontrado en este género en los últimos años. La química que hay entre los dos protagonistas es razón suficiente para dejarse seducir por esta película. Pero además encontraremos momentos de gran tensión en los que Fincher demuestra su maestría para dar realismo y fuerza a las secuencias más violentas.


viernes, 22 de junio de 2012

Las Malas Hierbas

Les Herbes Folles
Alain Resnais, 2009


Alain Resnais es uno de los grandes directores franceses que iniciaron su carrera con el movimiento de la Nouvelle Vague y, todavía hoy, siguen demostrando que su energía creadora no se ha diluido con el paso del tiempo. A sus noventa años, el director de obras tan importantes como Hiroshima mon amour (1959), Noche y niebla (1955) o El año pasado en Marienbad (1961) está en plena forma y este año ha presentado su última película, Vous n'avez encore rien vu (2012), en el festival de Cannes. 

Con la película que nos ocupa Resnais recupera el tono teatral y de estética colorista de su última etapa para contarnos una historia que, bajo la apariencia de vodevil intrascendente, esconde una honda reflexión sobre la naturaleza humana. George es un hombre maduro que bajo un aspecto apacible y sensato, esconde un remolino de impulsos y deseos que surgen a la superficie a raíz de un pequeño incidente sin importancia. Marguerite sufre un atraco en plena calle y su cartera queda abandonada en un parking parisino. Allí la encuentra George que la llevará a una comisaría de policía. George, llevado por la curiosidad, consigue los datos de Marguerite y empieza a llamarla. Las convenciones sociales y los buenos modales dan paso a una persecución obsesiva por parte de George que derivará en situaciones extravagantes y donde quedarán a la vista los rasgos más tétricos y perturbadores del alma humana. El contraste entre el fondo y la forma de la película pretende subrayar la hipocresía de una sociedad organizada bajo una serie de leyes y convenciones que reprimen unos impulsos que, por muchas máscaras que se impongan, nunca desaparecerán.






martes, 12 de junio de 2012

Días Extraños

Strange Days
Kathryn Bigelow, 1995





La carrera de la directora californiana Kathryn Bigelow tiene algunos éxitos dignos de tener en cuenta como el entretenido thriller surfero Le llaman Bodhi (Point Break, 1991) o, la más reciente y triunfadora en los Oscar, En Tierra Hostil (The Hurt Locker, 2008). Sin embargo, también hay otros intentos más olvidables, como es el caso de este insulso thriller futurista. Con guión del que fuera su marido, James Cameron, la historia se centra en un buscavidas interpretado por un melenitas Ralph Fiennes que negocia con grabaciones reales de emociones fuertes, como por ejemplo atracos o sexo con mujeres voluptuosas. Estas películas son grabadas con un aparato que permite registrar no sólo las imágenes y los sonidos, sino también las emociones de los protagonistas del, por así decirlo, documental. Las cosas se complican cuando el protagonista visiona la violación y asesinato de una amiga suya y decide investigarlo. No puedo contar mucho más, porque me aburrí tanto como para no terminarla.

miércoles, 6 de junio de 2012

Declaración de Guerra

La guerre est déclarée
Valérie Donzelli, 2011

Con los tiempos que corren a poca gente le apetece ver dramas con historias trágicas, bastante negro está el panorama real. De ahí que últimamente se haya asentado en las salas un cine más escapista, basado en ficciones que transcurren en mundos imaginarios, personajes con superpoderes que todo lo pueden arreglar o cuentos de final feliz. Por otro lado, los dramas que se hacen un hueco entre tanta fantasía suelen buscar el sentimentalismo fácil para provocar emociones lacrimosas en el público, o bien abusan del tono pesimista y tristón que no abre ninguna puerta a la esperanza. Pero tanto una como otra, son opciones artificiosas, que al fin y al cabo no reflejan la complejidad de la realidad. Esta película no cae en ninguna de estas trampas, a pesar de la tragedia a la que tienen que enfrentarse los protagonistas, y consigue evitar tanto el sentimentalismo barato como la desesperación. 

 
Una pareja joven tiene un hijo al que le diagnostican un cáncer cerebral. El golpe inicial de la noticia da paso a una vorágine de visitas a médicos, noches sin dormir en hospitales, incógnitas y miedos. Pero fundamentalmente hay una voluntad de salir adelante, de aceptar una situación difícil y luchar sin renunciar a la felicidad. Este positivismo no surge de ningún tipo de moralina o intención aleccionadora de sus autores, sino de la querencia de contar una historia lo más cerca posible de lo vivido por los dos responsables de la película, la directora Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm, pareja en la pantalla y en la vida real que, además de actuar, también son los guionistas. La emoción que fluye a lo largo de la película parte de una honestidad sin pretensiones, que desarma al espectador y le permite conectar con unos personajes reales y cercanos.


jueves, 31 de mayo de 2012

Shame

Steve McQueen, 2011


El deseo sexual es una de las pasiones más fuertes y poderosas. Un instinto, cuyo objetivo último, fisiológico, consiste en la supervivencia de cualquier especie, pero que está asociado a toda una serie de sentimientos, conductas, adicciones, enfermedades psicológicas y otros parámetros de tipo social e incluso económico que hacen de esta pulsión una de las más complejas de la psique humana. Fue Freud quien relacionó en su teoría psicoanalítica el deseo sexual con la pulsión de muerte, Eros y Tánatos, dos caras de la misma moneda, el placer y el sufrimiento, la voluntad de vida y la de autodestrucción. 

 

Steve McQueen, director joven muy interesante, cuya anterior película, Hunger, ya destacó entre lo mejor del 2008, vuelve a adentrarse en una historia sobre el sufrimiento, los límites del ser humano. En esta ocasión bucea en los tormentos que vive Brandon, interpretado por un extraordinario Michael Fassbender, protagonista también de Hunger. Brandon es un ejecutivo que vive solo en su apartamento de Nueva York y que es un adicto al sexo. Sus relaciones no sobrepasan nunca los límites que él mismo traza a su alrededor para que no le afecten a su rutina depredadora. En busca del orgasmo eterno como sublimación de su experiencia vital, como antídoto al dolor existencial que siente, Brandon se da de bruces continuamente con el muro que ha construido alrededor de su vida solitaria. Cuando su hermana rompe con su último novio y se planta en su apartamento, toda su rutina autodestructiva se ve amenazada. Ella es otra persona con problemas psicológicos, su inestabilidad emocional le ha llevado en el pasado a varios intentos de suicidio y su dependencia necesita siempre de una referencia que la guíe. Brandon se siente incómodo con la responsabilidad de cuidar de su hermana, así que muestra desde el principio una frialdad despectiva hacia ella. La tragedia a la que se ven abocados los dos protagonistas está llena de un pesimismo nihilista, donde la falta de referencias y asideros con los que salvaguardarse del naufragio muestran un estado del mundo que está a la deriva. 

La película de McQueen es densa y perturbadora, tiene una belleza fría y dolorosa que nos arrastra a zonas cenagosas de la psique. Un viaje intenso que merece la pena hacer.

jueves, 24 de mayo de 2012

The Turin Horse

Béla Tarr, 2011.

La ganadora del premio de la crítica del festival de Berlín es de esas películas que crea controversia, para algunos una obra maestra, para otros un rollo insufrible, triste y sin sentido, apto solo para los masocas culturetas. Rodada en blanco y negro y usando planos secuencia largos y repetitivos, sello de la casa, la historia versa sobre dos personas, un anciano enfermo y debilitado, y su hija, que sobreviven como pueden en una casa perdida en medio de un páramo donde el viento sopla sin cesar con una fuerza insufrible. Durante los seis días en los que somos testigos de la lucha de estos dos solitarios personajes, van ocurriendo una serie de hechos que los acercan cada vez más al desastre, al abismo al que parecen abocados sin remedio. Primero el caballo, único medio del que cuentan para trabajar, se niega a tirar del carro, luego el pozo de agua se seca y, por último, llega un día en el que la luz se extingue para los dos protagonistas. Mientras tanto aparecen personajes que hablan de cómo todo está perdido, o simplemente huyen del lugar.


No toda la crítica ha entendido esta obra, pesimista y nihilista, en su justa medida. En el número de febrero de la revista Caimán Cuadernos de Cine, el crítico Jaime Pena señala: "En el fondo, una película sobre el fin del mundo no es otra cosa que una película sobre el fin del cine". También advierte que algunas de sus imágenes están inspiradas en el cuadro El Ángelus de Jean-François Millet, donde podemos observar a una pareja de campesinos orando para que la cosecha sea buena. En otro artículo sobre la misma obra, Ignacio Gutiérrez-Solana, jefe de estudios de la ECAM, muestra su sorpresa ante la elección de la anécdota del caballo al que se abrazó Nietzsche, un filósofo vitalista y afirmativo, antes de caer en la locura, para iniciar una película pesimista en extremo y apocalíptica, aunque el propio director lo niegue. Dice no entender que en una secuencia el caballo acepte tirar de la carreta cuando en las escenas precedentes se negaba. También se sorprende por las declaraciones del director cuando afirma que se trata de una comedia, ya que hay un regodeo en la miseria. Habla de "la voluntad", es gracioso que utilice este término, como luego veremos, "un tanto reductora de mostrar a toda costa una realidad miserable en grado sumo". Fred Kelemen, fotógrafo de Tarr, afirma que las películas del director húngaro no presentan visiones, describen la esencia, constatan un movimiento hacia el abismo. 

En primer lugar hay que entender que Béla Tarr no busca en ningún momento el realismo. Su intención es, pues, llegar a la esencia de lo que nos rodea a través de imágenes metafóricas que sugieren sus convicciones metafísicas. Su estética busca la belleza en la verdad, por muy desgarradora que ésta sea. Y, ciertamente, Tarr no es nada complaciente. Su visión del mundo está más cerca de Shopenhauer que de Nietzsche, siempre siendo conscientes de que ambos filósofos comparten mucho, no en vano el primero fue una influencia decisiva en el segundo. Pero donde Shopenhauer habla de la voluntad de la vida como una fuerza negativa, por implicar instintos que conllevan sufrimiento y que no tiene ningún sentido si no es la perpetuidad de las especies, Nietzsche la transforma en una fuerza positiva. En todo caso, los dos comparten esa visión nihilista, en la que los antiguos valores, en concreto los judeo-cristianos de la cultura occidental, están basados en una mentira, y, por lo tanto, deben ser eliminados o superados. La película se hace eco de la metafísica de ambos filósofos y muestra sin paños calientes el sin sentido de nuestra existencia. La única fuerza que impele a los personajes a seguir adelante es la voluntad de vivir, esencia o realidad frente a la representación engañosa que es el mundo de los fenómenos de Kant.


Día tras día los dos protagonistas se levantan, trabajan, sufren las inclemencias del tiempo (de la vida), comen invariablemente una patata cocida y miran por la ventana un paisaje desolado, su único momento de esparcimiento. No se trata de reduccionismo miserabilista, se trata de mostrar simbólicamente lo que es nuestra existencia. O acaso, ¿no es esto reflejo del día a día de muchos seres? Por eso, Tarr habla de su película como de una comedia, porque se trata de un drama que podemos contemplar con un distanciamiento protector, un drama que no nos afecta directamente, sin el sufrimiento de las turbulencias de los deseos e impulsos que tiene asociados nuestra realidad. 

Este día a día gris y vacío de los protagonistas no conduce a ningún final feliz. Al contrario, lo único que espera a la vuelta de la esquina es la degradación y la oscuridad, para que, una vez ellos sean engullidos por el abismo, otros vuelvan a pasar por lo mismo. De ahí esos momentos finales en los que los dos personajes principales no consiguen encender las luces. El caballo, Shopenhauer amaba a los animales, es el único personaje que es capaz de enfrentarse a este sin sentido, de rechazar el impulso de la voluntad de vida, de rebelarse, por eso deja de tirar del carro y de comer. Podríamos decir que es la criatura con mayor dignidad de la película, aunque su gesto sea inútil. Cuando sus dos dueños intentan escapar del agujero en el que están metidos, el caballo sigue a sus dueños sumiso, arrastrado por la carreta que tira la hija. Luego en ningún momento hay la contradicción que Ignacio Gutiérrez-Solana creía ver. Por contra tenemos uno de los momentos más significativos y turbadores de la película, cuando padre, hija y caballo inician su camino hacia lo que ellos creen su salvación para, poco después, volver de nuevo a la misma casa. No hay ninguna razón aparente para su fracaso, simplemente han vuelto al punto de partida. Es ésta la mejor manera de explicar el eterno retorno que es nuestra existencia. Y también es una manera de expresar esa imposibilidad de salvación que forma parte del sin sentido de la vida. 

Tampoco hay lugar para el consuelo que supondría poder mirar al cielo y maldecir o suplicar al creador, al Dios del cuadro de Millet. Nada más alejado del objetivo del director que hacer una referencia, voluntaria o involuntaria, al Ángelus nombrado por Jaime Pena. Si se quiere hacer alguna referencia pictória, quizás estemos más cerca de Los comedores de patatas de Van Gogh. 

Por otro lado, tampoco acierta Jaime Pena cuando quiere ver una película apocalíptica, sobre el fin del mundo, asociando esta idea al hecho de que sea la última vez que Béla Tarr realice una película. ¿Fin del mundo, fin del cine? Todo lo contrario, eterno retorno, vuelta a empezar, misma lucha día tras día para seguir adelante, para que la voluntad de vivir nos lleve sin remedio al abismo y se repita el ciclo con otros individuos. No hay ningún apocalipsis aquí, eso significaría aceptar algún tipo de poder supremo o divino, que viene a salvarnos del mundo. Nadie nos va a salvar, parece decir el director con una fuerza que pocas veces se ha visto antes. Quizás por eso, el director haya decidido dejar de filmar, porque ya está dicho todo y tampoco el cine nos va a salvar de nada. 

 

sábado, 19 de mayo de 2012

Cumbres Borrascosas

Wuthering Heights.
Andrea Arnold, 2011.

Andrea Arnold es una de las directoras más interesantes del panorama inglés actual, su cine, lleno de sensualidad, busca encontrar la expresividad más allá de las simples palabras o la narración tradicional. Pocos autores consiguen activar tantos sentidos a la vez a través de sus imágenes. El tacto, el olfato, el oido y el gusto tienen un papel importante en sus obras. En su magnífica Fish Tank (2009), Arnold nos sumergía en la vida de una adolescente atrapada en un mundo mediocre y que se enamoraba perdidamente del novio de su madre, interpretado por Michael Fassbender. Ya ahí mostró su capacidad de conectar con el mundo interior de sus personajes, de mostrar lo que ellos ven y sienten. En ésta, la directora se adentra en la novela homónima de Brönte, pero sin someterse a los convencionalismos de las adaptaciones literarias, llevando la historia a su personal y original mundo visual. 



Es a través de los sentidos que se nos cuenta la historia de Heathcliff, que en la película es negro, y que, siendo adolescente, es recogido de la calle por la familia Earnshaw. Al ser un elemento extraño al ambiente familiar, su integración es conflictiva, sobre todo con el hermano mayor que lo rechaza desde el principio, pero Heathcliff establece unos lazos muy fuertes con Catherine, la joven chica de la familia. La primera parte es un viaje asombroso por los instintos más salvajes de los dos adolescentes que poco a poco van descubriendo la atracción sexual. La segunda parte muestra a Heathcliff ya adulto y que regresa a la casa de los Earnshaw para volver a ver a su amada y, de paso, vengarse del cruel hermano mayor. Lo que le interesa a Andrea es atraparnos en una espiral sensorial, mancharnos con el barro, despeinarnos con el viento, mojarnos con la lluvia, saborear la sangre de las heridas de Heathcliff, oler el aroma que desprende el pelo de su amada, ponernos, en definitiva, en la piel de sus personajes. 

El romanticismo de la historia, el drama de un amor trágico, están recogidos en la película con una fuerza inusual en este tipo de adaptaciones, donde el vestuario y el corsé tienen más preponderancia que el mundo descarnado tal y como se presenta en este caso, lleno de imágenes como las de esas aves muertas a las que la criada arranca sus plumas, o esos conejos que Heathcliff caza y mata delante de la cámara. A los personajes se les persigue para filmarlos desde la cercanía, la cámara va pegada a ellos, a su espalda, acercándose a sus labios, mostrando cómo se eriza el vello de su piel. Por esta razón, la directora prefiere el formato 4:3, en vez del panorámico, que le permite encuadrar mejor las caras y los cuerpos de sus criaturas.  Una película destacable, de una gran fuerza sensorial y que sorprende por su valentía al salirse de los caminos más trillados del género.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Take Shelter

Jeff Nichols, 2011.

Ganadora del premio del jurado en la Semana de la Crítica de Cannes, la segunda película de Jeff Nichols, director de Shotgun Stories (2007), bascula entre el thriller psicológico y el género apocalíptico intimista bajo una pátina de cine independiente. Ambas películas tienen al mismo actor como protagonista, un solvente Michael Shannon, que aquí interpreta a un perturbado trabajador de la construcción que tiene visiones y pesadillas que presagian una tormenta devastadora. Estos anuncios parecen estar solo en su mente y durante prácticamente todo el tiempo el director nos presenta a un personaje preocupado por su estado mental. Su madre sufre de esquizofrenia y él no duda en ponerse en manos de psiquiatras para que estudien su caso. 


Mientras tanto se deja arrastrar por sus presentimientos y sus paranoias, alejándose cada vez más de su familia y de su entorno. La posibilidad de que realmente esas tormentas puedan llegar nunca se desvance y, de hecho, el final deja abierta la puerta a una reinterpretación de todo lo que hemos visto. 

Durante la película asistimos a imágenes con una gran fuerza que surge de la naturaleza, de un cielo amenazante. El estilo de esas imágenes panorámicas de una belleza enigmática bebe de fuentes como el trascendentalismo de Terrence Malick, sin olvidar las similitudes entre los personajes que interpreta la actriz Jessica Chastain tanto en The Tree Of Life como en ésta, esa madre llena de virtudes, casi angelical, que sustenta las bases de la típica familia americana. 

Sin embargo, la película tiene algunos problemas. Para empezar no acaba de decidirse por el realismo que habla de una enfermedad mental y sus consecuencias sociales, o por el género de la ciencia ficción, y eso hace que el espectador se distancie de la historia. Por otro lado, tampoco ayuda la falta de un toque de humor o ironía que podría desprenderse de las reacciones desproporcionadas, a veces ridículas, del protagonista, llegando a veces a rozar el patetismo. 

sábado, 12 de mayo de 2012

Martha Marcy May Marlene

 Sean Durkin, 2011.

La ópera prima de Sean Durkin ha sido uno de los descubrimientos de los distintos festivales llamados independientes de los Estados Unidos, entre ellos Sundance, donde se ha llevado el premio a la mejor dirección. Y la película tiene bastantes argumentos para haber destacado entre la ingente oferta cinematográfica que abarrota la cartelera. La historia de una adolescente con problemas psicológicos causados por una patente falta de afecto en su familia conecta de inmediato con la juventud desorientada actual. Sus problemas para discernir la realidad se ven reflejados en un montaje que mezcla distintos momentos temporales y espaciales, que sitúan al espectador en una frontera entre la cordura y la locura, entre el bien y el mal. 

La protagonista, interpretada por una sorprendente joven actriz cuya carrera habrá que seguir, huye de una especie de comuna hippie donde hay un líder espiritual que ejerce derecho de pernada sobre todas las nuevas chicas que aparecen por la cabaña. Las chicas, adolescentes en su mayoría, con problemas de integración en la sociedad, aunque éstos nunca quedan explicados de una manera explícita, son convencidas para soportar los abusos sexuales del oscuro líder. 

La hermana de la protagonista, con una relación estable, acoge en su casa a la perdida adolescente, que no tiene otro lugar donde acudir. Allí se pondrán de manifiesto los problemas mentales que sufre la chica, causados probablemente por su traumático pasado reciente en la comuna, y su pasado remoto de conflictos familiares. La paranoia va adueñándose de la joven hasta que la convivencia se hace insoportable para la pareja que decide buscarle un lugar de acogida. 

La película lastra un tono un tanto parsimonioso y una atmósfera oscura y triste que convierten su visionado en una difícil ingesta, por momentos aburrida. A eso hay que añadir un final abierto y abrupto que no agradará a todos. 

martes, 8 de mayo de 2012

Hugo

Martin Scorsese, 2011.


Existe una gran controversia sobre si el 3D aporta valor artístico a las películas o es simplemente un reclamo comercial. No hay pocos expertos que critican el uso de esta tecnología porque, bajo la premisa de que aumenta la espectacularidad y la participación del espectador, perjudica la percepción visual, desnaturalizando los colores y saturando la capacidad mental de absorver la información. Sea como sea, lo cierto es que una película mala no va a mejorar por estar rodada en 3D y menos cuando está rodada en 2D y luego se le añade otra dimensión informáticamente. Pero cuando este recurso se utiliza como un elemento enriquecedor de la historia y se intenta adaptar la puesta en escena para buscar nuevas formas de expresión, entonces funciona. 

Y este es el caso de esta apreciable película, basada en el libro The Invention of Hugo Cabret de Brian Selznick, donde Scorsese se ha tomado en serio la potencialidad del cine tridimensional y ha construido una obra atrevida en la que reflexiona sobre el origen del cine, sobre la capacidad de asombro que todavía es capaz de suscitar este arte que en su origen generaba ilusión y estaba lleno de energía creativa. 


Scorsese utiliza esta tecnología, que algunos consideran que está llamada a ser la nueva revolución del cine, para contarnos precisamente los orígenes del mismo, a través de un niño llamado Hugo y su relación con uno de los padres del lenguaje cinematográfico, George Méliès. La fuerza nostálgica que contienen las secuencias en las que vemos trabajar al genial mago de las ilusiones en sus primeras películas se potencia gracias al uso del 3D que nos hace testigos directos de los trucajes y la inocencia de un cine que está todavía balbuceando. Ahí es donde están los mejores momentos de esta película. 

Por lo demás, la historia del protagonista, un huérfano que subsiste gracias a que ha usurpado el trabajo de su tío en la estación de Montparnasse, tiene resonancias del Oliver Twist de Charles Dickens, cuyo bicentenario se celebra precisamente este año. La primera secuencia que se desarrolla en las tripas de la estación es una espectacular demostración de lo que se puede llegar a conseguir con el 3D. Por lo demás, también hay momentos más flojos que desequilibran el resultado final. Por ejemplo, los que tienen que ver con el personaje del policía de la estación, interpretado por Sacha Baron Cohen, que pretende dar un toque cómico al conjunto sin conseguir despertar el menor interés. Aunque eso no es óbice para que podamos constatar la buena salud creativa del autor de grandes obras cinematográficas como Taxi Driver (1976), Goodfellas (1990) o Casino (1995).

miércoles, 2 de mayo de 2012

The Ides of March

George Clooney, 2011.

George Clooney es un actor irrepetible, capaz de modular con gran sutilidad los registros tragicómicos de sus personajes. Como director ha realizado algunas películas dignas, pero que no pasarán a la historia. Su compromiso político le ha llevado a rodar la sobrevalorada Buenas noches, y buena suerte (Good Night, and Good Luck, 2005), soporífera visión en blanco y negro de los negros años de Joseph McCarthy y su Comisión de Actividades Antiamericanas. En esta película vuelve a la carga para mostrar la hipocresía y el cinismo que acompañan a la política actual. Abrumados y desencantados como estamos los ciudadanos ante lo que leemos en los periódicos, Clooney lo tiene difícil para asombrarnos con su visión ácida, pero algo simplona, sobre los resortes del poder y la política. 

El director de comunicaciones, Stephen, del equipo que acompaña al gobernador Morris, interpretado por el propio Clooney, en su carrera por ser elegido candidato para las presidenciales, se verá ante la disyuntiva de ser fiel a sus ideales democráticos y actuar en consecuencia, o bien, tragarse sus escrúpulos y jugar fuerte para escalar posiciones dentro de la estructura política. Morris reclama de su equipo la máxima fidelidad y cuando Stephen se entrevista con el director de campaña del otro candidato, no duda en echarlo del equipo. Pero el gobernador se ha metido en un lío de faldas que ha acabado muy mal y Stephen está al tanto. A partir de ahí, Clooney reflexiona sobre las tensiones y los conflictos que se producen en la lucha por el poder, y cómo éste tiene poco que ver con valores como la integridad, la piedad o la justicia. La fidelidad se convierte así en la única virtud valorada. Pero lo cierto es que da la impresión de que el director se queda corto en su radiografía de los entresijos políticos y el espectador asiente pero no queda satisfecho al completo.

sábado, 28 de abril de 2012

The Treasure of the Sierra Madre

John Huston, 1948.

Un clásico que no ha perdido nada de su vigor e intensidad con el paso del tiempo. La historia de unos vagabundos en busca de oro en las montañas de Sierra Madre sigue representando un hito en el cine de aventuras con fondo trágico. El personaje de Dobbs , interpretado por un memorable Humphrey Bogart, es el arquetipo del perdedor nato, incapaz de gestionar su suerte y evitar un destino fatal.


La historia empieza cuando Dobbs y Curtin, dos mendigos en busca de trabajo en Tampico, conocen en un albergue a Howard, un viejo buscador de oro que los incita a iniciar una aventura a la caza del preciado metal. No pasa mucho tiempo antes de que encuentren una pequeña mina que les proporciona el reluciente polvo. Pero, como ya les había advertido Howard, lo difícil es no perder la cabeza por culpa de la avaricia desmedida. Dobbs empieza a desconfiar de sus dos compañeros y la paranoia lo arrastra al desastre.

John Huston consigue trasladar al cine la novela de B. Traven con maestría, consiguiendo realizar una obra llena de tensión, con unos personajes condenados a la miseria y que despiertan una mezcla de sentimientos de desagrado, sus acciones son en muchas ocasiones deleznables, y de compasión, su lucha es, al fin y al cabo, por su propia supervivencia y sus errores surgen de instintos muy humanos.

miércoles, 25 de abril de 2012

Paul

Greg Mottola, 2011.

El director Greg Mottola, junto con el actor y guionista Seth Rogen, son los artífices de las divertidas comedias Supersalidos (Superbad, 2007) y Adventureland (2009). Sin embargo, esta película sobre un simpático extraterrestre en fuga con dos frikis no alcanza el nivel de sus predecesoras, le falta la mezcla de humildad y de humor subversivo que tenían éstas. Aquí, con un presupuesto que se vislumbra mucho más alto, hay una ambición comercial que también arrastra a la película a terrenos más convencionales. Un par de amigos, aficionados al mundo del cómic y de la ufología, organizan un viaje por la zona de Estados Unidos donde más ovnis se han avistado. Accidentalmente se encuentran con un extraterrestre que huye de una institución que lo tenía preso y lo estudiaba. El extraterrestre, al que llaman Paul, traba amistad con los dos frikis que le ayudarán en su huida. La película intenta aglutinar los géneros de comedia, road movie y película de extraterrestres con el problema de que ninguno de sus objetivos es alcanzado satisfactoriamente. La persecución se desarrolla de manera previsible y la historia no contiene momentos realmente divertidos. Así que el resultado es una obra bastante mediocre a pesar de su ambición.

viernes, 20 de abril de 2012

Our Idiot Brother

 Jesse Peretz, 2011.



Insulsa y aburrida comedia sobre un joven idealista que, debido a su ingenuidad, no es capaz de desenvolverse en un mundo cínico y materialista. La película empieza con un policía que se acerca al tenderete del protagonista para pedirle hierba. A pesar de que en un principio se niega a venderle la droga, al final cede ante la insistencia del policía que lo engaña con artimañas. Eso lleva al protagonista a la cárcel. Después de salir intenta recuperar lo que era su sencilla existencia, pero su novia lo ha abandonado por otro y no le permite volver a la casa, o mejor dicho cabaña, que compartían. A partir de ahí, la película nos muestra su periplo por las distintas casas de sus hermanas, que no dudan en echarlo cuando se dan cuenta de que su hermano puede ser una molestia. Del final, ni me acuerdo, tal era el interés que despertó en mí este personaje.

martes, 17 de abril de 2012

Due Date

Salidos de Cuentas.
Todd Phillips, 2010.

Antes de realizar la segunda parte de The Hangover, Todd Phillips dirigió esta comedia de carretera sin grandes pretensiones, pero que funciona gracias al choque de sus dos protagonistas, Peter y Ethan, interpretados respectivamente por Robert Downey Jr. y Zach Galifianakis, siendo este último el actor comodín del director sobre el que suelen pivotar los conflictos y los detonantes cómicos de sus películas. 

Peter tiene que coger un avión para cruzar Estados Unidos y reunirse con su mujer a punto de dar a luz. Debido a un accidente azaroso en el aeropuerto, Ethan, un actor amanerado, extravagante y problemático, se cruza en el camino de Peter. A partir de ahí, todo parece ponerse en contra de Peter. Los dos son expulsados del vuelo y la policía añade a Peter a la lista negra, de manera que no puede coger otro avión. Debido a esto y al no tener consigo ni su cartera ni dinero, no le queda más remedio que aceptar a regañadientes la oferta de Ethan de acompañarle en un coche alquilado. A lo largo del recorrido pasarán por todo tipo de desgracias, desde una pelea con un excombatiente de Irak paralítico, hasta un accidente de coche, todo por culpa de Ethan. Aunque se trata de una comedia bastante convencional, que utiliza códigos muy conocidos, resulta entretenida y tiene momentos muy divertidos.

sábado, 14 de abril de 2012

The Hangover 2

Resacón 2, ¡Ahora en Tailandia!

Todd Phillips, 2011.

Después del éxito comercial conseguido con The Hangover (Resacón en Las Vegas, 2009), Todd Philips repite la fórmula de manera milimétrica, cambia eso sí de escenario y traslada a los resacosos amigos a Tailandia, lugar retratado de una manera superficial y estereotipada. La historia no va a sorprender a nadie ya que es calcada a la que tuvo lugar en Las Vegas. En este caso son tres de los cuatro amigos los que se corren una juerga kamikaze en Bangkok, mostrado como una ciudad llena de delincuentes peligrosos y transexuales. Los tres amigos están acompañados por el hermano de la novia al que tendrán que buscar por la ciudad después de que desaparezca misteriosamente. Cuando se despiertan por la mañana en un destartalado hotel de Bangkok, el novio tiene un tatuaje en la cara, uno de los amigos tiene la cabeza rapada y del hermano de la novia solo queda un dedo cortado. También encuentran una nota que parece indicar que está secuestrado y que su vida corre peligro. Un pequeño mono es la clave para resolver el embrollo en el que de nuevo se han metido el grupo de amnésicos amigos. 


La desacomplejada apuesta del director pivota sobre el excéntrico y problemático Alan, interpretado por Zach Galifianakis, actor fetiche del director, cuyos intentos de integrarse en el grupo y de llamar la atención desembocan en distintas situaciones absurdas e incluso peligrosas. A pesar de que la comedia no es más que una repetición de un patrón bien conocido, eso no quita para que se pueda seguir con cierto interés y que incluso resulte divertida. Al fin y al cabo, la repetición puede jugar también a favor de una obra, como ocurría a menudo en el cine de Buñuel, aunque no pretendo comparar, ni mucho menos, a ambos directores.

martes, 10 de abril de 2012

Lola Montès

Max Ophüls, 1955.



Lola Montez era una bailarina irlandesa que utilizó su belleza para seducir a importantes hombres de la cultura, como el compositor Franz Liszt, o de la política, como el rey Luis I de Baviera. El director Max Ophüls retrata la controvertida figura de Lola con un estilo opulento y barroco, utilizando una amplia gama de colores que saturan la pantalla unas veces con tonos fríos, otras con tonos cálidos. Las imágenes y los movimientos de cámara son de una elegancia magistral, pero la historia acaba por antojarse insípida. Los personajes son estatuas sin vida, el amor se muestra de una manera fría, falta pasión, falta sangre. En sus esfuerzos por construir planos de una belleza plástica indiscutible, Ophüls se aleja de los personajes, de sus expresiones, de manera que al espectador le cuesta conectar con ellos. En definitiva, una obra apreciable en algunos aspectos, pero aburrida y fallida en otros.

jueves, 29 de marzo de 2012

Election

Alexander Payne, 1999.

Election es una de las primeras películas del director de las muy recomendables Sideways (Entre Copas, 2004) y The Descendants (Los Descendientes, 2011). Su estilo se ha ido depurando hasta alcanzar un equilibrio perfecto entre la comedia y la tragedia, combinando con gran maestría el tono irónico y el drama más humano. Si en sus dos últimas obras, sus personajes son tratados con cierta piedad y ternura, dándoles un resquicio para la redención, en Election, no hay compasión. 

La historia se desarrolla en un instituto de educación secundaria en el que un satisfecho e ingenuamente orgulloso profesor, omnipresente en todas las actividades extraescolares y en todos los órganos administrativos del centro, da clases a una ambiciosa y repelente alumna que se presenta como candidata a las elecciones del consejo escolar. Ante la perspectiva de tener que bregar con ella, decide ponerle difícil su victoria y manipula al estudiante más popular del instituto para que plante cara a la aborrecida estudiante. Todo se irá torciendo y tanto unos como otros sufrirán las consecuencias de sus estratagemas.

El tono ácido y corrosivo va desgastando a unas criaturas que quedan desnudas, con todas sus miserias y patéticas debilidades, ante un mundo mediocre en el que luchan por destacar. Alexander Payne, responsable también del guión a partir de una novela, consigue construir una mordaz crítica de, no solo el sistema educativo, sino también de las relaciones sociales, la democracia, la autoridad. Sobre todo pone al descubierto los instintos más ridículos del ser humano. Como escribe Thomas Bernhard,  "una buena cabeza es una cabeza que busca los defectos de la Humanidad, y una cabeza extraordinaria es una cabeza que encuentra esos defectos de la Humanidad, y una cabeza genial es una cabeza que, después de haberlos encontrado, señala esos defectos encontrados y, con todos los medios a su disposición, muestra esos defectos." Payne los muestra con crudeza, sin ambages, nos pone delante de un espejo que refleja una imagen indigna de nosotros mismos, casi rozando la caricatura. El golpe es certero, y ¡cuánta falta hacía!



lunes, 26 de marzo de 2012

J. Edgar

Clint Eastwood, 2011.

El personaje de J. Edgar Hoover es uno de los más complejos que ha abordado Eastwood en su cine. Su influencia y poder en Estados Unidos han abarcado casi cincuenta años del siglo pasado, desde que fue nombrado director del FBI en el año 1924, cuando él contaba con tan solo 29 años, hasta su muerte en 1972. Para mantenerse tanto tiempo en el poder extorsionó a los diferentes presidentes que pasaron por la Casa Blanca, cuyos trapos sucios eran guardados con cuidado por un astuto y falto de escrúpulos Hoover.


La película no evita mostrar las caras más controvertidas y turbias de este personaje, como su homosexualidad no reconocida o su relación patológica con una madre autoritaria. 

Eastwood se ha empeñado a lo largo de su filmografía en radiografiar el esqueleto de la cultura y la sociedad americana, mostrando sus contradicciones y sus paradojas. La figura de Hoover funciona como vehículo perfecto para profundizar en la doble moral y la hipocresía de toda una civilización que se ha empeñado en defender una pureza de cara a la galería, mientras la basura se iba acumulando debajo de la alfombra. Así vemos como el director del FBI chantajea a los distintos presidentes a través de escuchas e informes sobre su actividad sexual, mientras él escondía sus instintos homosexuales. Por otro lado, vemos cómo la paranoia y el miedo al enemigo subersivo se convierten en motores poderosos que ponen en marcha toda una maquinaria política y policial cuyos métodos no se cuestionan a pesar de socavar las libertades que paradójicamente se intentan defender. 

Eastwood filma todo desde la sobriedad, con un tono enfermizo y atmósferas tenebrosas, reflejo de su visión crítica e incluso pesimista de un país que ha contribuido de una manera importante al cinismo del mundo en el que vivimos.