sábado, 12 de mayo de 2012

Martha Marcy May Marlene

 Sean Durkin, 2011.

La ópera prima de Sean Durkin ha sido uno de los descubrimientos de los distintos festivales llamados independientes de los Estados Unidos, entre ellos Sundance, donde se ha llevado el premio a la mejor dirección. Y la película tiene bastantes argumentos para haber destacado entre la ingente oferta cinematográfica que abarrota la cartelera. La historia de una adolescente con problemas psicológicos causados por una patente falta de afecto en su familia conecta de inmediato con la juventud desorientada actual. Sus problemas para discernir la realidad se ven reflejados en un montaje que mezcla distintos momentos temporales y espaciales, que sitúan al espectador en una frontera entre la cordura y la locura, entre el bien y el mal. 

La protagonista, interpretada por una sorprendente joven actriz cuya carrera habrá que seguir, huye de una especie de comuna hippie donde hay un líder espiritual que ejerce derecho de pernada sobre todas las nuevas chicas que aparecen por la cabaña. Las chicas, adolescentes en su mayoría, con problemas de integración en la sociedad, aunque éstos nunca quedan explicados de una manera explícita, son convencidas para soportar los abusos sexuales del oscuro líder. 

La hermana de la protagonista, con una relación estable, acoge en su casa a la perdida adolescente, que no tiene otro lugar donde acudir. Allí se pondrán de manifiesto los problemas mentales que sufre la chica, causados probablemente por su traumático pasado reciente en la comuna, y su pasado remoto de conflictos familiares. La paranoia va adueñándose de la joven hasta que la convivencia se hace insoportable para la pareja que decide buscarle un lugar de acogida. 

La película lastra un tono un tanto parsimonioso y una atmósfera oscura y triste que convierten su visionado en una difícil ingesta, por momentos aburrida. A eso hay que añadir un final abierto y abrupto que no agradará a todos. 

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