martes, 8 de mayo de 2012

Hugo

Martin Scorsese, 2011.


Existe una gran controversia sobre si el 3D aporta valor artístico a las películas o es simplemente un reclamo comercial. No hay pocos expertos que critican el uso de esta tecnología porque, bajo la premisa de que aumenta la espectacularidad y la participación del espectador, perjudica la percepción visual, desnaturalizando los colores y saturando la capacidad mental de absorver la información. Sea como sea, lo cierto es que una película mala no va a mejorar por estar rodada en 3D y menos cuando está rodada en 2D y luego se le añade otra dimensión informáticamente. Pero cuando este recurso se utiliza como un elemento enriquecedor de la historia y se intenta adaptar la puesta en escena para buscar nuevas formas de expresión, entonces funciona. 

Y este es el caso de esta apreciable película, basada en el libro The Invention of Hugo Cabret de Brian Selznick, donde Scorsese se ha tomado en serio la potencialidad del cine tridimensional y ha construido una obra atrevida en la que reflexiona sobre el origen del cine, sobre la capacidad de asombro que todavía es capaz de suscitar este arte que en su origen generaba ilusión y estaba lleno de energía creativa. 


Scorsese utiliza esta tecnología, que algunos consideran que está llamada a ser la nueva revolución del cine, para contarnos precisamente los orígenes del mismo, a través de un niño llamado Hugo y su relación con uno de los padres del lenguaje cinematográfico, George Méliès. La fuerza nostálgica que contienen las secuencias en las que vemos trabajar al genial mago de las ilusiones en sus primeras películas se potencia gracias al uso del 3D que nos hace testigos directos de los trucajes y la inocencia de un cine que está todavía balbuceando. Ahí es donde están los mejores momentos de esta película. 

Por lo demás, la historia del protagonista, un huérfano que subsiste gracias a que ha usurpado el trabajo de su tío en la estación de Montparnasse, tiene resonancias del Oliver Twist de Charles Dickens, cuyo bicentenario se celebra precisamente este año. La primera secuencia que se desarrolla en las tripas de la estación es una espectacular demostración de lo que se puede llegar a conseguir con el 3D. Por lo demás, también hay momentos más flojos que desequilibran el resultado final. Por ejemplo, los que tienen que ver con el personaje del policía de la estación, interpretado por Sacha Baron Cohen, que pretende dar un toque cómico al conjunto sin conseguir despertar el menor interés. Aunque eso no es óbice para que podamos constatar la buena salud creativa del autor de grandes obras cinematográficas como Taxi Driver (1976), Goodfellas (1990) o Casino (1995).

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