jueves, 29 de marzo de 2012

Election

Alexander Payne, 1999.

Election es una de las primeras películas del director de las muy recomendables Sideways (Entre Copas, 2004) y The Descendants (Los Descendientes, 2011). Su estilo se ha ido depurando hasta alcanzar un equilibrio perfecto entre la comedia y la tragedia, combinando con gran maestría el tono irónico y el drama más humano. Si en sus dos últimas obras, sus personajes son tratados con cierta piedad y ternura, dándoles un resquicio para la redención, en Election, no hay compasión. 

La historia se desarrolla en un instituto de educación secundaria en el que un satisfecho e ingenuamente orgulloso profesor, omnipresente en todas las actividades extraescolares y en todos los órganos administrativos del centro, da clases a una ambiciosa y repelente alumna que se presenta como candidata a las elecciones del consejo escolar. Ante la perspectiva de tener que bregar con ella, decide ponerle difícil su victoria y manipula al estudiante más popular del instituto para que plante cara a la aborrecida estudiante. Todo se irá torciendo y tanto unos como otros sufrirán las consecuencias de sus estratagemas.

El tono ácido y corrosivo va desgastando a unas criaturas que quedan desnudas, con todas sus miserias y patéticas debilidades, ante un mundo mediocre en el que luchan por destacar. Alexander Payne, responsable también del guión a partir de una novela, consigue construir una mordaz crítica de, no solo el sistema educativo, sino también de las relaciones sociales, la democracia, la autoridad. Sobre todo pone al descubierto los instintos más ridículos del ser humano. Como escribe Thomas Bernhard,  "una buena cabeza es una cabeza que busca los defectos de la Humanidad, y una cabeza extraordinaria es una cabeza que encuentra esos defectos de la Humanidad, y una cabeza genial es una cabeza que, después de haberlos encontrado, señala esos defectos encontrados y, con todos los medios a su disposición, muestra esos defectos." Payne los muestra con crudeza, sin ambages, nos pone delante de un espejo que refleja una imagen indigna de nosotros mismos, casi rozando la caricatura. El golpe es certero, y ¡cuánta falta hacía!



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