lunes, 26 de marzo de 2012

J. Edgar

Clint Eastwood, 2011.

El personaje de J. Edgar Hoover es uno de los más complejos que ha abordado Eastwood en su cine. Su influencia y poder en Estados Unidos han abarcado casi cincuenta años del siglo pasado, desde que fue nombrado director del FBI en el año 1924, cuando él contaba con tan solo 29 años, hasta su muerte en 1972. Para mantenerse tanto tiempo en el poder extorsionó a los diferentes presidentes que pasaron por la Casa Blanca, cuyos trapos sucios eran guardados con cuidado por un astuto y falto de escrúpulos Hoover.


La película no evita mostrar las caras más controvertidas y turbias de este personaje, como su homosexualidad no reconocida o su relación patológica con una madre autoritaria. 

Eastwood se ha empeñado a lo largo de su filmografía en radiografiar el esqueleto de la cultura y la sociedad americana, mostrando sus contradicciones y sus paradojas. La figura de Hoover funciona como vehículo perfecto para profundizar en la doble moral y la hipocresía de toda una civilización que se ha empeñado en defender una pureza de cara a la galería, mientras la basura se iba acumulando debajo de la alfombra. Así vemos como el director del FBI chantajea a los distintos presidentes a través de escuchas e informes sobre su actividad sexual, mientras él escondía sus instintos homosexuales. Por otro lado, vemos cómo la paranoia y el miedo al enemigo subersivo se convierten en motores poderosos que ponen en marcha toda una maquinaria política y policial cuyos métodos no se cuestionan a pesar de socavar las libertades que paradójicamente se intentan defender. 

Eastwood filma todo desde la sobriedad, con un tono enfermizo y atmósferas tenebrosas, reflejo de su visión crítica e incluso pesimista de un país que ha contribuido de una manera importante al cinismo del mundo en el que vivimos.   

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