sábado, 19 de febrero de 2011

Monsters

Gareth Edwards, 2010.

Un título así puede llevar a engaño. Y es que la película de este joven y talentoso director inglés no es la típica cinta de extraterrestres con el ejército o con héroes anónimos que se enfrentan o huyen de ellos. Como él mismo asegura se trata más bien de contar una historia intimista que empieza justo cuando las otras películas convencionales del género terminan. La premisa es que una nave espacial de la NASA, que ha viajado para recoger muestras en un planeta lejano, tiene un accidente a su vuelta. Seis años después de este accidente una amplia zona en la frontera entre Estados Unidos y México está infectada, poblada por extraterrestres. La normalidad se ha instaurado y los habitantes de las zonas infectadas y colindantes viven en medio de ataques aéreos con gases tóxicos. Esta convivencia con los extraterrestres nos remite a otra película anterior, Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009) donde esa coexistencia tensa, pero pacífica, se rompía, produciéndose una ofensiva en el campo de refugiados en el que se encontraban recluidos los marcianos. Aquí los extraterrestres son unos pulpos gigantes, que parecen sacados de La guerra de los mundos de H.G. Wells, aunque menos agresivos que en el libro. 



Los calamares gigantes aparecen tres veces a lo largo de la película y el resto del tiempo son una amenaza en segundo plano. El interés del director se centra en contarnos el viaje a lo largo de la zona infectada de una pareja de jóvenes, una chica que está prometida y que ha decidido hacer un viaje aventurero cerca de la zona infectada y un fotógrafo que trabaja para el padre de la chica y que es requerido por este para que proteja a su hija en el viaje de vuelta a casa. 

Edwards escribe, dirije, es responsable de la fotografía, del montaje y de los efectos especiales de una película que sorprende por su equilibrio entre el suspense creado por una atmósfera apocalíptica y la tensión sexual que se crea entre los protagonistas. Con un equipo de cinco personas y un presupuesto ínfimo, el director es capaz de demostrar que la tenacidad y la imaginación son un buen sustituto de los grandes presupuestos. Rodado con una cámara de vídeo con adaptadores que le dan una factura cinematográfica impecable, Edwards consigue imágenes de una mística comparable a la de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). No en vano, también aquí se trata de un viaje, metáfora de otro interior, y los homenajes a la película de Coppola son continuos, como esa patrulla de rescate que tararea La cabalgata de las Valkirias de Wagner, o esa travesía en bote a lo largo de un río inquietante. También hay un componente de crítica soterrada hacia la política de inmigración de Estados Unidos. La gran muralla que se construye en la frontera con México no solo protege a los americanos de los extraterrestres. El valiente director nos demuestra que siempre existen medios para que el impulso creativo en los márgenes de la industria no tenga límites.


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