lunes, 17 de enero de 2011

Politist, adjectiv

Corneliu Porumboiu, 2009.

Con esta película, el director de la divertidísima 12:08 Al Este de Bucarest (2006), ganó el premio de la crítica y del jurado en el festival de Cannes del 2009 dentro del programa de Una Cierta Mirada.  El cine rumano de los últimos años se ha convertido en una de las cinematografías más interesantes y con mayor honestidad y coherencia. El éxito en los festivales internacionales de un grupo de directores, entre los que están, además de Porumboiu, Cristian Mungiu o Cristi Puiu, ha servido de impulso para un cine que está en el punto de mira. Películas como 4 meses, 3 semanas y 2 días (2007) de Mungiu o La muerte del señor Lazarescu (2005) de Puiu son ejemplos de un cine naturalista despojado de todo artificio que pretende diseccionar el entorno social rumano actual o del pasado reciente. Historias minimalistas que se desarrollan en espacios bien delimitados (en ocasiones claustrofóbicos) y durante cortos periodos de tiempo (horas o unos cuantos días) y que buscan encontrar la verdad escondida en los tiempos muertos, en los silencios o en las explosiones dialécticas. 
 
Si en 4 meses, 3 semanas y 2 días se recorría el infierno por el que tenía que pasar una estudiante que aborta clandestinamente durante la dictadura de Ceaucescu y en La muerte del señor Lazarescu se ponía al descubierto el caótico sistema sanitario rumano a través de un enfermo de cáncer que vive sus últimas horas siendo trasladado de un hospital a otro, en esta película nos adentramos en el sistema burocrático policial. 

Un joven policía, Cristi, investiga el caso de unos adolescentes que fuman hachís y trapichean en su círculo cercano. El jefe quiere que se cierre el caso lo antes posible con la detención de uno de ellos, pero el agente prefiere seguir investigando hasta encontrar al que les suministra las drogas. Cristi se enfrenta con el dilema moral de hacer cumplir la ley o de seguir los dictados de su conciencia y evitar destrozar la vida de un chico cuya responsabilidad criminal es discutible. La cámara sigue al protagonista durante unos días en los que se pasa el tiempo espiando al chico y rellenando informes, tareas aburridas y absurdas que desmitifican la labor policial y, a la vez, muestran las oxidadas articulaciones de la burocracia.


El encuentro final con el jefe de policía, con el que mantiene una tensa y divertidísima discusión con la ayuda de un diccionario, es genial. Cristi se niega a detener al adolescente apelando a su conciencia. El jefe utiliza la gramática y la semántica como argumentos incontestables en una dialéctica entre la ley y la moral. El jefe convence a Cristi de que la ley ordena el caos, a pesar de que a veces puede ir en contra de la moral personal. La secuencia final pone en escena una fría reducción al absurdo que muestra la trampa de la hipótesis defendida por ese jefe de policía tan convincente. Sin embargo, ¿es válida la alternativa de no aplicar las leyes en los casos absurdos?

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