sábado, 22 de marzo de 2014

Nebraska

Alexander Payne, 2013

Una de las mejores películas del año, sin duda una obra que crecerá con el tiempo. Su director es Alexander Payne, autor de otras maravillas que ya he reseñado en este blog, como Election (1999), A propósito de Schmidt (2002) con la que tiene muchos puntos de concomitancia, o la más reciente Los Descendientes (2011).  Con el tiempo ha conseguido alcanzar un equilibrio reservado solo a los grandes maestros, entre la tragedia humana y la dignidad redentora, que alcanza a través de un punto de vista desprovisto de todo dramatismo y con un sentido del humor compasivo y cercano a sus criaturas.  

La ironía que despliega es dulce, sin estridencias, acaricia a sus personajes sin herirlos, los sublima sobre sus grises vidas, haciendo que sus miserias, sus derrotas, sean liberadas de su peso y se eleven hasta diluirse en el paisaje por el que transitan.

La historia de un anciano humilde y demente, que acumula derrotas ahogadas en alcohol, e incapaz de conectar con su familia, toma un punto de giro cuando recibe un folleto de publicidad en el que se le anuncia que ha sido obsequiado con un millón de dólares. 

Por supuesto, se trata de una publicidad engañosa, pero dará al protagonista de la película el impulso necesario para salir de su burbuja asfixiante e iniciar un viaje en busca de su identidad. Uno de sus hijos lo acompañará en su viaje quijotesco y a lo largo de una serie de aventuras patéticas se producirá el milagro. Esas criaturas grises y tristes acabarán convirtiéndose en héroes de la tragedia humana, su dignidad resaltará sobre la de todos los personajes que les rodean y alcanzarán la redención familiar. 




Como ya ocurría en A propósito de Schmidt, Payne se aleja de los personajes arquetípicos de la cultura hipertrofiada en juventud y riqueza americana, para sumergirse en el reverso de la moneda. Así sus protagonistas son ancianos expulsados del paraíso capitalista que tienen que reinventarse para encontrar su sitio. Sitio que no pertenece a un lugar concreto, sino al movimiento, al viaje rutilante, al vagabundeo sin destino. Así, las películas de este director se convierten en road movies intimistas donde el periplo es personal. 

Humanismo con mayúsculas, verdad en blanco y negro.


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