sábado, 8 de febrero de 2014

Stockholm

Rodrigo Sorogoyen, 2013


Existe un cine en España que despunta y gusta a pesar de las dificultades con las que se encuentran muchas producciones al margen de una industria perdida. Y esto no es algo nuevo, siempre han existido jóvenes que han tenido que abrirse camino por sus propios medios, demostrando que tienen algo que decir. Pero últimamente, parece un milagro que pequeñas producciones como estas lleguen a cotas tan altas hasta el punto de que compita en desigualdad de condiciones, que no de talento, por los premios más importantes de la industria española, los Goya.



Con pocos medios, utilizando como escenarios la calle y la casa del actor, que es la misma que la del director, recurriendo a los favores y al amor al arte de los actores y técnicos se ha hecho esta pequeña obra que contiene una poética extraña y profunda que palpita en sus imágenes.

Una música electrónica melancólica acompaña a unas imágenes frías de la ciudad de Madrid donde dos jóvenes dialogan y se persiguen para encontrarse en algún punto que los reconcilie. Este deambular por la ciudad hasta llegar al apartamento de uno de ellos recuerda a la trilogía de Linklater, Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer. La diferencia es que en este caso los veinte años en los que se desarrolla la relación de los protagonistas de la trilogía se reduce aquí a una sola noche con su mañana.

La historia que cuenta no es original, es algo que se repite una y otra vez, chico conoce chica, chico seduce chica y a partir de ahí surge el conflicto. Pero bajo esta historia tan banal hay un recorrido por las desilusiones y las frustraciones, así como las contradicciones, de toda una generación que no encuentra su sitio. A pesar de que es cierto que, cada vez más, asistimos a una degradación de las relaciones sentimentales donde parecen imponerse las leyes del consumismo actual, de disfrute instantáneo y descarte rápido, todavía percibimos aspectos profundos que son comunes a todos los tiempos. Y eso es lo que fluye en la aparente frialdad de los dos protagonistas, con la que la chica trata al chico la noche de la fiesta y con la que el chico trata a la chica al día siguiente de haberla seducido. Y ahí está la soledad y la necesidad de conectar con alguien, de ser querido. 

En este juego insensible y cruel que establecen los dos jóvenes, destacan unas actuaciones asombrosas, por las que tanto Aura como Javier han merecido una nominación a los Goya.

Veremos si esta película no se convierte en una de esas que llaman generacionales, pero en todo caso quedarán para el recuerdo algunas escenas de una emotiva belleza, como la coreografía de la escena del ascensor.





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