martes, 13 de septiembre de 2011

Un Verano Con Mónica

Ingmar Bergman, 1953.

El verano es una estación especial. Es el momento del año en el que nos quitamos de encima no solo la ropa, sino también pesos y responsabilidades que arrastramos durante el resto del año. El buen tiempo, el mar, la libertad, la siesta y la cerveza, es un tiempo dedicado al placer, a la vida hedonista y desatada. Es la estación propicia para lucir la juventud, los que la tienen, o revivirla, los que ya se les ha ido. Cada verano es en sí mismo un nacer y un morir. Y esta es una de esas películas que saben captar esa plenitud vital que es ilusoria, pues acaba con la llegada del otroño o con la vuelta a la rutina, a la dura realidad aparcada y que siempre nos pilla desprevenidos. 


Monika es una joven romántica e inquieta de diecisiete años que conoce a Harry, un chico de veinte años que trabaja como dependiente en una tienda donde lo tratan con desprecio. Monika atrapa en sus redes al torpe galán que se ve arrastrado por el torrente pasional de la muchacha. Este último abandona su trabajo y decide escapar con su amor en un pequeño bote de su padre y pertrechado con algunos suministros. El verano que pasan juntos de playa en playa es idílico, una vuelta al Edén. La desnudez de sus cuerpos se integra en un entorno de ensueño, bailan y hacen el amor sin preocuparse por nada más. Pero la chica se queda embarazada y el sueño se termina. La comida empieza a escasear. Después de un intento de robo frustrado se ven obligados a terminar con su romántico vagabundeo. 

Una vez en la ciudad, Harry retoma sus estudios para conseguir un trabajo mejor. El esfuerzo lleno de responsabilidad y madurez del joven por mantener su familia no es correspondido por una caprichosa Monika que solo piensa en pasárselo bien. Lo que empezó como una bonita aventura de verano pronto muestra su cara más amarga. 

Bergman se complace en mostrar la belleza de los canales de Estocolmo y de los mares del norte, pero sobre todo es capaz de profundizar como nadie en los claroscuros del ser humano. La pasión, el desenfreno veraniego, el engaño de lo que parece lleno de belleza y que se torna en desilusión y decepción. Nos muestra el verano como un paréntesis temporal en el que las sombras de la realidad se esconden para presentarnos su cara más luminosa. Pero es por poco tiempo, y el genial director sueco nos conduce inexorablemente al amargo despertar que sigue al encanto. Eso sí, con el ánimo marcado por la dulce experiencia, algo que imbuye de vigor al protagonista, y siempre desde la esperanza de volver a encontrarnos con el verano de nuevo.

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