miércoles, 19 de octubre de 2011

Barney's Version

Richard J. Lewis, 2010.

Para lograr encariñarse o al menos empatizar con los personajes de una película, estos tienen que ser creíbles, de carne y hueso. Pero si se recurre al lugar común, al estereotipo y, además, el propio guionista dibuja con sorna y desprecio a sus criaturas, entonces es difícil que el espectador se preocupe por el destino de las mismas. Tampoco ayuda unas actuaciones poco convincentes y menos aún convencidas. 

Paul Giamatti encarna a Barney, un productor de series de televisión que está lleno de defectos.  Tiene un carácter áspero, es petulante y pedante, egoísta y celoso, inseguro e infantil. Además, para completar la figura del antihéroe americano, está gordo, bebe y fuma. Vamos, que lo tiene todo. Pero nuestro protagonista buscará la redención en el amor y la familia. Se casa tres veces. Primero con una neurótica que acaba suicidándose. Segundo con una pija repelente y empalagosa que le pregunta si se ha lavado con jabón antes de mamársela la noche de su boda, en la que, por cierto, Barney conoce a la mujer de su vida. Tres frases de la invitada al evento bastan para convencer a nuestro antihéroe de que se ha equivocado de esposa. Por lo visto, antes no se había dado cuenta de que se iba a casar con alguien a quien no amaba. Barney sale corriendo del banquete y, en un acto desesperado, se mete en un tren donde está la que ha de ser su nueva conquista. Barney se divorcia después de encontrar la excusa perfecta, su mujer se acuesta con su mejor amigo. Amigo cuya muerte en un rocambolesco accidente despierta las sospechas de un policía que la toma con Barney. De todas formas, el productor encuentra el camino libre para desplegar todas sus armas seductoras y conquistar a la futura madre de sus hijos. Es aquí donde aparecen los peores tópicos del cine americano, esa idealización vergonzosa de la pareja y la familia con las típicas escenas de marras. Un paseo por la ribera del Hudson iluminado por los rascacielos de Manhattan mientras la mujer perfecta nos declara su amor eterno, esto último aún a pesar de haber sido víctima de un acoso patético. Todo regado por una música melodiosa para resaltar la magia del momento. La casita en el campo con el lago de fondo, y el feliz marido sentado en el porche fumando un cigarro con su padre, interpretado por un salvable Dustin Hoffman, y contemplando a su mujer jugando con la parejita, niño y niña, of course. Y así hasta el sonrojo. 

Pero el matrimonio no está hecho para Barney, son demasiados defectos para tan poco atractivo. Y la mujer perfecta abandona a su marido cuando descubre una infidelidad. Por si esto no fuera suficiente, el director decide apostar por el sentimentalismo más tramposo para acentuar el drama que nuestro abandonado protagonista está viviendo. Tiene alzheimer, tan abanzado que en poco tiempo olvida que está separado. Lo malo es que, conociendo su carácter propenso a las triquiñuelas, nadie nos puede asegurar que este momento al estilo El hijo de la novia (2001), no sea otro juego manipulador de Barney. En fin, que es una peli divertida porque no deja indiferente, al menos tiene la capacidad para irritar. Y puede que algunos incautos hasta se sientan embelesados por ella.

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