lunes, 24 de octubre de 2011

The Tree of Life

Terrence Malick, 2011. 


Controvertida ganadora de la Palma de Oro en Cannes este año, la grandilocuente película del ermitaño Terence Malick no deja indiferente. He sido testigo de cómo hay gente que se levanta de sus butacas y se marcha. Pero, ¿por qué una película puede llegar a aburrir o irritar tanto? Por la misma razón que hay gente incapaz de sostener en sus manos un libro de poesía sin que le salgan sarpullidos. Los hay que no soportan, sin sentirse incómodos o amenazados, un discurso metafísico a través de imágenes poéticas. Por otro lado hay falta de educación cinematográfica, mucho analfabetismo audiovisual. Tildar o injuriar a este artista tan personal de pretencioso o ridículo es cuanto menos injusto. Malick no pretende aparentar ser más listo que nosotros, ni su objetivo es aleccionarnos sobre la vida. Su intención es artística, su voluntad es capturar en imágenes lo invisible, lo inexplicable, crear emociones que abran o iluminen el camino hacia lo trascendental. Algunos dirán que son desvaríos religiosos o new age, pero se trata más bien de una búsqueda sincera, de una búsqueda de la esencia espiritual en la existencia humana. 

Estamos, por lo tanto, ante una obra de dimensiones distintas al resto de películas, sobre todo al de las que sólo buscan el divertimento instantáneo. Esta película no es para comer palomitas y sorber un refresco, cosa que inevitablemente ocurre en las salas y, por cierto, resulta molesto. Es una experiencia que requiere toda nuestra concentración, abrir las puertas y ventanas de nuestra sensibilidad adormecida por tanta banalidad y dejar que corra la brisa del arte con mayúsculas. El esfuerzo será recompensado. Y si no es así, por lo menos le hemos dado una oportunidad a un cine distinto, visionario. Es cierto, no hay una estructura argumental, un guión con una trama convencional, no es, en definitiva, una película al uso. Malick va de lo universal a lo particular, salta en el tiempo de una manera imprevisible, escuchamos distintas voces en off que reflexionan y se cuestionan preguntas filosóficas. Las imágenes funcionan como recuerdos y, al mismo tiempo, como imaginario colectivo. 

Durante una parte de la película somos testigos del origen del universo, del nacimiento de los planetas y de la aparición de vida en la Tierra. En una de las secuencias más cuestionables de toda la película, un dinosaurio se compadece de otro animal herido en el suelo. ¿Cómo puede un reptil sentir piedad y perdonar la vida a una pieza de caza? La secuencia establece un diálogo con 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968), en cuyo inicio también el director retrotrae su relato a la prehistoria para señalar el instinto violento en los seres vivos y el nacimiento de la tecnología con la invención de las armas de caza. Malick, por su parte, dialoga con el inicio de 2001 y señala que en la naturaleza también existe la piedad. Sea como fuere, lo que pretende el director es enlazar la tragedia individual con un conjunto más universal, todo forma parte de una sola cosa. Eso no impide que Malick vuelva con naturalidad a la historia de una familia americana, cuyos ecos son autobiográficos y que se presenta a través de una serie de recuerdos. 

Recuerdos de infancia que asaltan a un ejecutivo, Jack, interpretado por Sean Penn, que ha perdido el contacto con lo importante, que se encuentra inmerso en un mundo frío y cruel que no le llena. Así, Malick reflexiona sobre cómo la infancia marca la vida del adulto. El padre de Jack, un ingeniero interpretado por Brad Pitt, educa con severidad a sus hijos, intenta prepararlos para un mundo duro y competitivo. En ocasiones llega a ser incluso agresivo y esto provoca la aparición en los hermanos de un evidente recelo, de un miedo que marca sus caracteres. Por otro lado, la madre representa la bondad, el amor más ingenuo e indulgente. En uno de los recuerdos más freudianos flota como si fuera un ángel o una diosa.



La fraternidad, la confianza, la inocencia y la brutalidad es mostrada a través de los juegos de los muchachos con una maestría poco común. Los dilemas que se viven durante el paso de la infancia a la adolescencia también tienen su hueco en la monumental película. El deseo de la muerte del padre forma parte del desarrollo psicológico del muchacho, del complejo de Edipo, que tendrá que superar para madurar de una manera saludable. En este dilema se enmarcan las frases que Jack suelta a su padre: "Ella me quiere más a mí que a ti", refiriéndose a su madre. El descubrimiento de la maldad y la pérdida de la inocencia también están reflejados. Y, sobre todo, la llegada del dolor y la tragedia. La muerte del hermano como algo difícil de superar y de entender. Porque al final de todas las grandes preguntas que nos hacemos subyace el dolor, la melancolía. Y ante esta evidente dimensión trágica de la existencia humana, Malick nos regala un bálsamo, un pobre, pero gratificante consuelo: todos formamos parte de la misma cosa, sea lo que sea.

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