viernes, 23 de diciembre de 2011

Melancholia

Lars Von Trier, 2011.


En una entrevista reciente, el polémico director danés Lars Von Trier, declarado persona non grata en Cannes después de unas desafortunadas declaraciones en las que bromeaba sobre el nazismo, hablaba de su última película, Melancholia, diciendo que no estaba contento con el resultado porque le parecía aburrida. Que Von Trier es un bocazas, todo el mundo lo sabe. Pero lo cierto es que el mejor director del mundo, según sus propias palabras, también puede ser autocrítico y sincerarse en plena promoción. Y tiene razón, la película no consigue mantener la tensión y el magnetismo desplegados en las impactantes imágenes de los primeros minutos, en los que vemos a cámara lenta la destrucción de la Tierra a causa del choque con otro planeta.


La película es una metáfora sobre el estado melancólico. Y como tal, funciona en parte, al menos en las imágenes más simbólicas y poéticas del principio. Pero su discurso se va diluyendo y perdiendo en un ensimismamiento que no consigue atrapar. 

En un ensayo de Claudio Magris, Los Consuelos del Apocalipsis, leemos: "Es nuestra muerte individual, solitaria y olvidada en medio del bullicio de las cosas, lo que nos llena de pesadumbre el corazón. Estar comprendidos en un destino común, por terrible que sea, hace sentirse menos solos." La melancolía, estado frecuente en Lars Von Trier, le llevó a una profunda depresión que ha dado origen a sus dos últimas películas, la injustamente vilipendiada Antichrist (2009) y ésta última, que desvela el deseo de desaparecer del propio director y, con él, todo lo que le rodea. El deseo de que todo termine con uno mismo es egocéntrico e incluso malvado, pero profundamente humano. 

La película está dividida en dos partes. En la primera parte vemos las celebraciones nupciales de una joven novia que sufre melanconlía. A lo largo del banquete descubrimos un comportamiento extraño de la protagonista que parece querer romper los lazos que le unen a un mundo en el que no consigue ser feliz. Ignora a su marido, al que no ama, aborrece a su jefe que la despide ante una humillante ofensa y huye de sus invitados para estar sola en cuanto tiene una oportunidad. La novia, interpretada por Kirsten Dunst, es el alter ego del director, que suele cambiar el sexo de sus personajes una vez terminado el guión, y así mata dos pájaros de un tiro. Por un lado, despista, y esconde mejor las identidades de sus referencias. Por el otro, se protege de las críticas de misoginia que solían acompañarle en el pasado. 

La segunda parte de la película se centra en la hermana de la novia, interpretada por una estupenda Charlotte Gainsbourg, que se ha convertido en la musa del director. Un planeta se acerca peligrosamente a la Tierra. La templanza y la sensatez que muestra la hermana en la primera parte se torna aquí en desasosiego y pánico ante la perspectiva de un choque inminente. Por el contrario, la protagonista muestra ahora una fría serenidad, una indiferencia perturbadora. Sus deseos más íntimos se están cumpliendo, todo está próximo a su fin. La última parte de la película retoma el pulso inicial y hace remontar la tensión. Que nadie espere un final feliz. Los deseos más ocultos del director se llevan a cabo hasta sus últimas consecuencias.

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