sábado, 4 de enero de 2014

Nymphomaniac, parte I

Lars Von Trier, 2013


Nadie sabe provocar como Lars Von Trier. Es más, su mejor cine surge cuando intenta llevar al límite sus propuestas, cuando salta las fronteras de lo convencional para llevar al espectador a territorios estéticos y morales poco frecuentados. Ese es el creador de rompe y rasga que me gusta, que sorprende a pesar de que sus resultados no siempre estén a la altura.


Aquí nos cuenta la historia de una ninfómana, una enferma maníaca cuya obsesión por el sexo le lleva a organizar toda su vida alrededor de los incontables encuentros diarios que necesita tener. 

La película consta de dos partes. En la primera parte la narración se centra en los años de adolescencia y juventud de Joe, interpretada por la actriz Stacy Martin, que sabe otorgar a su personaje la justa medida entre inocencia y morbosidad. El sexo se convierte pronto en un juego, algo que se realiza mecánicamente y con frialdad,  con el objetivo, unas veces, de competir con sus amigas, otras veces, por el placer de controlar al hombre, sentir el poder que hay en el propio cuerpo. Y, por último, por el simple hecho de sentirse viva, de estar en movimiento, como ese animal enjaulado que gira y gira alrededor de su celda. 

Las escenas de sexo son filmadas explícitamente, aunque están exentas de todo erotismo pornográfico. Se trata de tensar los límites morales, de romper barreras racionales y filtros críticos para dejar respirar a las pulsiones más escondidas. Así la película se convierte en un cuento filosófico donde el espectador es interrogado brutalmente sobre el sentido de lo que está viendo. Por eso, a pesar de que podamos sentir un cierto distanciamiento con los personajes apenas dibujados en la película, aunque la historia deambule sin un destino claro, el viaje al que nos somete el director es uno interior, un vagabundeo por las calles más sucias del inconsciente.

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