martes, 21 de febrero de 2012

Le Quattro Volte

Michelangelo Frammartino, 2010.


Esta película, que ha gozado de bastante éxito en distintos festivales por los que ha paseado su poética rústica, registra la vida en un pueblo donde no pasan grandes cosas. Un pastor moribundo cuida de sus cabras, un gran árbol es cortado y luego utilizado para las fiestas del pueblo y su madera es quemada posteriormente en hornos. No hay más, no es una película narrativa, es más bien contemplativa, sin diálogos, todo ocurre ante nosotros con una asombrosa naturalidad, a pesar de que su director asegura que por detrás había un guión y una cuidada planificación. En su concepción de la película pretendía mostrar una realidad más completa de la que se suele presentar en otras películas, donde el centro de todo suele ser el hombre. El ser humano y sus problemas. Su intención era romper con ese prejuicio antropocéntrico que se ha instalado en el cine convencional para enseñarnos una realidad en la que nosotros, los animales, los vegetales y los minerales, formamos parte de un conjunto en equilibrio. Todo ocurre de manera cíclica, la vida se repite y se recicla, la energía se transforma. Y dentro de este proceso misterioso e insondable, hay lugar para la magia, para el asombro de ver cómo la vida fluye ante nuestros ojos de una manera repetitiva, pero al mismo tiempo única. 

Nadie dice que sea una película divertida, al menos en los cánones del entretenimiento convencional. Pero lo cierto es que atrapa en sus imágenes, como puede atraparnos la visión de un paisaje o una hormiga cargando una miga de pan. Muchos dirán que para ver una película así, mejor salir de casa y pasearse por el campo, meditar, conectar con la naturaleza. Totalmente de acuerdo, pero tampoco es tan duro dejarse llevar desde el cómodo salón de tu casa, permitir que otra persona nos acompañe por lo que él ha experimentado, por su visión.

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