viernes, 3 de febrero de 2012

La Piel Que Habito

Pedro Almodóvar, 2011.

Almodóvar cada vez está más lejos de la calle y más cerca del cine. Lo cual no implica necesariamente una crítica negativa a sus últimas películas, pero sí que constata que la frescura y el humor desacomplejado de sus primeras obras han ido dando lugar a una madurez autoconsciente, a un estilo reconocible pero que ha cambiado de registro, se ha vuelto más tenebroso, más pesimista, y, quizás, más melancólico. El cine ya no funciona para él como vehículo para mostrar la realidad desde un prisma paródico, sino que se deja llevar por su encantamiento, por su historia y por las películas que le han marcado. Y en su cóctel hay géneros que van desde el drama romántico hasta el terror psicológico pasando por el thriller fantástico. Sus referencias son múltiples, pero las más reconocibles son Les yeux sans visage (Georges Franju, 1960) o el David Cronenberg de Dead Ringers (Inseparables, 1988) o incluso The Fly (La mosca, 1986). Con un guión complejo, barroco en sus rizos imposibles, el director manchego se adentra en una historia turbia, inverosímil, que juega con la suspensión de la credibilidad del espectador hasta el límite. Nadie como él sería capaz de conducirnos por ese laberinto fílmico sin que en ningún momento nos cuestionemos lo que vemos. Como si de un encantador de serpientes se tratase, nos dejamos embaucar y seducir por sus imágenes. 

La historia es un tanto rocambolesca, pero voy a intentar resumirla. Un médico cirujano, interpretado por un contenido Antonio Banderas, intenta curar a su mujer de las quemaduras que sufre después de tener un accidente de coche con su amante, que es el hijo de la mujer que sirve en su casa. Cuando ya parece que está fuera de peligro, su convaleciente mujer se suicida, acto que presencia la hija. Unos años después un chico intenta violar a la hija, traumatizada desde el suicidio de su madre y con problemas psicológicos. La adolescente se suicida también. El padre cirujano se toma la venganza por su mano. Secuestra al culpable y lo somete a una serie de experimentos médicos y operaciones que cambian su sexo y todo su cuerpo, hasta convertirlo en una persona diferente, papel interpretado por una soberbia Elena Anaya, con el aspecto de su mujer muerta. Entretanto el médico se enamora de su creación y surge una ambigua relación que terminará en tragedia. A pesar de que, como vemos, estamos en un terreno resbaladizo, Almodóvar sale airoso y construye una obra subyugante que toca temas como la identidad, la carne, la pasión y la locura. Pero sobretodo demuestra su profundo amor, casi obsesión, por el cine. Y eso se contagia.

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