domingo, 22 de enero de 2012

The Descendants

Alexander Payne, 2011.

Acostumbrados (y embotados) como estamos a la pirotecnia y la espectacularidad vacía del cine americano que triunfa en las salas, a los personajes inverosímiles y alejados de nuestra rutina, a los superhéroes hipertrofiados, a las gestas trufadas de efectos especiales, a los movimientos de cámara imposibles y a un ritmo frenético que nos embauca, una película pequeña y hermosa como esta es un regalo. 


Su director, Alexander Payne es un cinéfilo, que ya nos sorprendió a todos con la sencilla y extraña Sideways (Entre Copas, 2004), roadmovie en la que sus personjes, cercanos y llenos de contradicciones, se enfrentaban a sus fracasos en un viaje de autoconocimiento. Ya en esta obra se vislumbraba un estilo muy personal en el que el humor sutil escondía un drama, dando lugar a lo que podríamos llamar una comedia melancólica. Aquí ocurre lo mismo, aunque el director ha alcanzado mayor intensidad siguiendo fiel a su estilo. Sus personajes siguen siendo cercanos, reales en cuanto a la riqueza de matices que esconden, unas veces petulantes y ridículos, otras veces llenos de dignidad ante el dolor que todos sienten. Sin estridencias, sin trucos ni falsos giros, la historia que nos cuenta se desarrolla con naturalidad, con un realismo fluido que resulta sorprendente por su compromiso con la verdad, con la esencia de la vida. 

Haciendo gala de una serenidad y una sabiduría propias de un humanista, Payne retrata la tragedia que vive una familia en la que la madre tiene un accidente que la sumerge en un coma irreversible. El protagonista, Matt King, interpretado por un memorable George Clooney, es arrollado por una apisonadora de noticias y descubrimientos que no esperaba, llevándolo a un abismo que le obligará a replantearse su propia vida, desconectada hasta el momento de su familia. Sus hijas adolescentes proyectan su carencia de atención a través de un comportamiento rebelde y agrio con el que el padre tendrá que lidiar con una mezcla de desesperación e instinto protector. En paralelo al drama familiar que está viviendo, Matt también se encuentra con que tiene que tomar una dura decisión que contiene la disyuntiva de vender unos terrenos heredados y forrarse o bien protegerlos contra un proyecto que destruiría un paraíso terrenal. Aquí aparece el peso de la herencia familiar y la necesidad de aceptar la responsibilidad que se ha contraído con las propias raíces, con la tierra a la que se pertenece. 


El director filma esta tragedia con un tono alejado de la sensiblería fingida, buscando acercarse a la verdad a través de la riqueza de registros, unas veces cercanos a la comedia paródica, otras al drama doliente, pero siempre desde la contención. Así se produce una acumulación de emociones que fluyen por canales profundos del alma. La intención del director no es captar la atención del espectador a través del morbo o del acontecimiento escabroso, sino de arrastrarnos a lo que sienten los personajes, de conseguir que nos importen. Por eso tiene tanta importancia lo que no vemos o no se explica con palabras, las miradas y los gestos, el movimiento de los cuerpos que muestran un peso existencial que arrastran bajo el soleado y luminoso paisaje de un Hawai distinto al que nos imaginábamos. Y por eso las escenas más importantes e intensas están filmadas con la intención de que reverberen en nuestra mente, que se peguen a las neuronas y se desarrollen por sí solas. Como la secuencia inicial, en la que vemos a la madre saltando llena de vida en el mar, antes del accidente. Esa imagen contrasta con la que vemos de una mujer postrada y derrotada en la cama. El accidente no se ha visto, pero ha marcado el destino de toda la familia. O esa escena en la que la hija mayor se sumerge en la piscina para poder llorar de rabia sin que su padre la vea. Son secuencias de una fuerza inmensa que conmueven. El resultado es una de las películas más bellas y extrañamente profundas del cine americano, que también es capaz de hacer cine grande, de ser merecedor de la herencia recibida por Chaplin o Ford.

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