viernes, 5 de abril de 2013

Amor

Amour
Michael Haneke, 2012.

Quizás sea la mejor película de Michael Haneke hasta la fecha y, desde luego, una de las mejores de este año. La frialdad y crueldad que se le achacan al cine del director austríaco se tornan aquí en una mirada rebosante de humanidad, de una sensibilidad elegante y sutil, sin estridencias, ni efectos lacrimógenos. El distanciamiento que toma Haneke no lo es con los personajes, sino con sus decisiones, que en ningún momento son juzgadas. En todo caso, se plantean preguntas morales difíciles de responder. ¿Es aceptable la eutanasia para salvar la dignidad del paciente? ¿Qué papel tiene la sociedad occidental ante sus ancianos, población cada vez más numerosa? 


La vejez, la decadencia y la enfermedad son y han sido temas tabú en una sociedad consumista en la que solo vende la juventud y la belleza. Pero la verdad, aunque dura, está ahí y en algún momento, todos tienen que enfrentarse cara a cara con ellas. Una amiga cuyo padre murió hace poco de un cáncer humillante, me decía que esta película le produjo un impacto inmenso. Me comentó que ante algunas imágenes pensó: "Es así, es así". Es así como ella tenía que ayudar a andar a su padre de camino al baño. Es así como nos pillan desprevenidos las incongruencias de los enfermos cuya cabeza se pierde en las profundidades de la enfermedad. Y es así como a todos nos golpea por sorpresa la pérdida, el lado más cruel de la vida.




1 comentario:

  1. Lo cierto es que "es así". Esta peli muestra de forma magistral como un día, el menos pensado, hay algo que falla, y como bien dices nadie está preparado para ello. Ni las personas ni la sociedad en conjunto, ya que en muchas ocasiones la muerte es realmente indigna para lo avanzados que creemos que estamos.
    Es increíble como Haneke nos sitúa como espectadores de una historia tan íntima, sin querer llenarla de emociones elaboradas, sintéticas, como son habitualmente los dramas al uso en esta materia. Eso es lo que la hace más desgarradora, porque la realidad supera siempre la ficción.

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