martes, 3 de mayo de 2011

Des Hommes et des Dieux

Xavier Beauvois, 2010.

En unos tiempos como los actuales en los que nos empachan de televisión basura, de cine vacío donde el espectáculo cada vez es más infantil y de imágenes cuyo mensaje principal es el mercantil, una película como esta resulta sorprendente y necesaria. Y quede claro desde el principio que no me considero una persona religiosa, ni creo que la religión sea el tema fundamental de esta película cuyo título en francés, no como ocurre con la descuidada traducción al español, pone en primer lugar a los hombres, después a los dioses. Dioses que, en todo caso,  actúan como espectadores que no se manifiestan, si no es a través de las distintas creencias de los personajes.

Una comunidad de monjes franceses viven en un convento, cerca del Atlas argelino, de una manera austera y humilde. Sus ritos religiosos no van en detrimento de una vida más mundana totalmente integrada en una comunidad musulmana en la que participan y ayudan en lo que pueden. Sin embargo, la amenaza del fundamentalismo islámico acecha cerca de los territorios en los que conviven pacíficamente. Cuando un terrorista es herido en una emboscada con el ejército lo llevan al convento donde el médico de la congregación tiene que curarlo. A partir de entonces son asediados también por un ejército que los vigila.  



El dilema moral surge cuando el peligro de sus vidas se hace patente y tienen que decidir si permanecen en el monasterio llevando su entrega hasta sus últimas consecuencias o huyen de la amenaza. La duda se apodera de algunos y las tensiones crecen dentro del grupo. En una secuencia muy emotiva, los monjes aceptan y asumen una decisión valiente que surge de una manera natural, incluso llena de alegría, lejos de prejuicios religiosos y desde una humanidad llena de dignidad ante un destino trágico. No es necesario ser religioso para sentirse cerca del drama al que se enfrentan estos hombres, la aceptación de su propia muerte como símbolo de cordura y coherencia en un mundo que ha perdido el rumbo. 

Con un estilo cercano y respetuoso que busca la verdad en los rostros y las miradas de sus personajes, el director construye una de las películas más interesantes del último año, por la que mereció el Gran Premio del Jurado en Cannes. Algunos verán su ritmo pausado como una carga insoportable, pero su lentitud está preñada de tensión y de drama humano, más terrenal de lo que aparenta su sustrato espiritual.

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