domingo, 6 de marzo de 2011

Shoah

Claude Lanzmann, 1985.

Se ha escrito mucho y se han realizado no pocas películas relacionadas con el holocausto judío, pero ¿qué es lo que sabemos realmente sobre esta gran masacre? A pesar de la gran cantidad de ficciones que versan sobre el tema, muchas veces banalizándolo o convirtiéndolo en un espectáculo frívolo, no existen prácticamente imágenes de los campos de concentración, hubo pocos supervivientes y los nazis se encargaron de destruir cualquier prueba. 

Lanzmann dedicó doce años de su vida, empezando en 1973, a recopilar los testimonios de los supervivientes para construir un documental que es una obra monumental, con una duración de nueve horas y media y de un gran valor histórico y fílmico. La delicadeza con la que se filman los lugares y los protagonistas de la historia contrasta con la brutalidad de una verdad que se destapa en toda su complejidad. A pesar de tratar un tema tan horrible y en el que la muerte parece inundar todo, una sensación de belleza y de vitalidad nos invaden. Es la belleza de la verdad y la vitalidad de rescatar la memoria con toda su fuerza, de no permitir que lo que ocurrió sea sepultado en el olvido.



Rememorar ciertos pasajes es muy duro para los que los sufrieron y los lleva a las lágrimas muchas veces. Pero su gesto es una victoria sobre la barbarie y un aliento en medio de tanta muerte. Lo que narran es estremecedor y es inevitable asombranos ante el descubrimiento de las aristas de la verdad, porque en ella se esconden muchos rincones, muchos detalles que quedan velados a un estudio superficial. Lo narrado nos interpela sobre lo que creíamos saber. Historias como la del preso que cortaba el pelo a las víctimas antes de ser gaseados y que en uno de los grupos reconoce a su mujer y sus hijas. O la de ese otro esclavo que al intentar avisar a una amiga de que le esperaba la cámaras de gas, fue quemado vivo después de que ella lo señalase al no soportar las torturas. 

Algunos de los entrevistados son alemanes que formaron parte de la maquinaria destructora que se puso en marcha y se perfeccionó con la llamada "Solución Final". Los burócratas se escudan en su desconocimiento, no eran conscientes de la magnitud de la maldad de lo que hacían. Otros se escudan en su obligación de obedecer órdenes, pero sigue siendo incomprensible que un pueblo sea tan cruel con otros humanos. Mientras, ni los judíos ni la comunidad internacional quería o podía creer lo que estaba ocurriendo. Lo irónico es que fueron los propios judíos los que pagaron los trenes que los llevaban hacinados a los campos, fueron los sanos y fuertes los que eran utilizados como mano de obra para construir los crematorios, para recoger los cadáveres, las "piezas" según la jerga nazi. El lenguaje utilizado por los verdugos era aséptico, técnico para describir algo impronunciable. Sólo queda un documento escrito sobre la planificación del holocausto y es un informe sobre las mejoras que se debían desarrolar en los camiones que se utilizaron en la primera etapa para gasear judíos. En él se muestra cómo el lenguaje se dobla sobre sí mismo para presentar los hechos de una manera eufemística. En la película se lee al completo, tal y como ocurre también en la magnífica La Question Humaine (Nicolas Klotz, 2007), para que el espectador juzgue por sí mismo. De la misma manera, es imposible expresar con palabras la magnitud de lo que vemos y entendemos en este documental. No nos queda otro remedio que ver sus casi diez horas, casi como una obligación moral, como un gesto de amor también, de búsqueda de la belleza que hay en la verdad.  Y esta obra maestra es bella y está llena de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario