martes, 30 de noviembre de 2010

Paisà

Roberto Rossellini, 1946. 
 
Segunda película de la trilogía bélica neorrealista de Rossellini que está formada por seis capítulos con distintos personajes y estilo narrativo. El escenario es la Italia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Los americanos han desembarcado y luchan junto con los partisanos para derrotar a los nazis. La primera parte tiene lugar en un pueblo cerca de Nápoles donde una italiana acompaña a unos soldados americanos y acaba en manos de los nazis que la lanzarán por un precipicio. En la segunda, un soldado americano acompaña a un niño limbiabotas por las calles de Nápoles hasta que se queda dormido entre unas ruinas. El chico le roba las botas y el soldado intenta buscarlo para recuperarlas. En la tercera, una mujer se gana la vida en las calles como prostituta y se encuentra con un soldado americano con el que tuvo un romántico encuentro unos meses antes. 
La cuarta parte, y para mí la mejor, nos muestra el viaje suicida a través de las calles de Florencia de un hombre y una mujer en busca de sus seres queridos. La dureza de las escaramuzas en las calles se muestran con la muerte de un partisano en las puertas de un edificio tiroteado por un francotirador, que es de un realismo asombroso. La quinta parte es dentro de un convento en el que se pasan la noche unos capellanes del ejército americano. La última parte cuenta el asedio sufrido por un grupo de resistencia rodeado por el ejército alemán. Su trágico final muestra la guerra en toda su crueldad. Rossellini trabaja con actores no profesionales y las actuaciones, excepto en algunos casos, son un tanto forzadas. Sin embargo, la fuerza de las imágenes residen en los escenarios naturales utilizados que convierten la película en un valioso documento. Las ruinas de la Europa en guerra son el personaje fundamental.  A Rossellini no le interesa la técnica cinematográfica, ni el virtuosismo, no busca la perfección en las imágenes. De hecho se pueden encontrar muchos errores, algunos clamorosos, como ese momento en el que un capellán del ejército está hablando y a su espalda desaparecen dos monjes del plano. Rossellini busca la verdad, y para eso no se impone ningún tipo de encorsetamiento técnico. Se trata de deshacerse de las apariencias, los artificios y los envoltorios para llegar al corazón de la realidad. Por eso salió a la calle y rodó con actores no profesionales. Le interesaban los rostros y la vida que palpita en las calles. A esa búsqueda es a lo que llamaron neorrealismo. Algo que nadie había hecho antes con tanta honestidad.

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