miércoles, 10 de noviembre de 2010

Scott Pilgrim vs. the World

Edgar Wright, 2010.

Película basada en un cómic del canadiense Bryan Lee O'Malley en el que el protagonista es un joven veinteañero, Scott, holgazán y contradictorio, que toca el bajo en una banda de amigos y que se enamora obsesivamente, hasta perder la poca dignidad que le queda, de una  chica llamada Ramona Flowers. Hasta aquí nada nuevo. Pero lo que podría ser una simple comedia romántica se transforma en un híbrido hipertrofiado a partir de la aparición de la liga de los exnovios de Ramona, dispuestos a pelear a muerte con Scott. Estas peleas se desarrollan como si se tratase de un videojuego en la que el protagonista va ganando puntos conforme liquida a los sucesivos competidores. El director introduce distintos artificios estilísticos a lo largo de la película en una mezcla extravagante donde encontramos desde acotaciones textuales que transforman los planos en viñetas de cómic a coreografías de artes marciales (a lo Kill Bill, igual que ocurría con Kick-ass, con la que comparte algunos puntos en común), pasando por duelos de música alternativa o secuencias a lo sitcom, entre otros ingredientes. Lo mejor de esta obra, sin embargo, reside en su humor transgresor y paródico con el que retrata a esos jóvenes adictos a los juegos de ordenador, internet y la fama rápida. Los diálogos son divertidos y, aunque la construcción de los personajes es un tanto plana, sobretodo la de los secundarios, es de agradecer un tono gamberro y que está dispuesto a reírse de todo. Los exnovios son cruelmente retratados como idiotas redomados y sirven como burla a ciertos tópicos de la cultura contemporánea, como ese joven vegetariano que tiene poderes místicos gracias a no haber ingerido nada que provenga de algo con cara. Hay que destacar la actuación de Michael Cera (protagonista también de otra buena comedia, Superbad) con momentos memorables como el de la fiesta en la que busca a Ramona e intenta seducirla con resultados patéticos. O ese en el que se queja de la inconstancia de Ramona y parece más gay que su propio compañero de piso. También es interesante la conclusión de la película en la que Scott descrubre la importancia de respetarse a uno mismo, de priorizar la dignidad personal sobre la búsqueda del amor. Y para eso no hacía falta tanta pirotecnia de videojuego. La ironía sigue siendo la mejor arma, y aquí la hay, y mucha.

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