martes, 2 de noviembre de 2010

Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives

Apichatpong Weerasethakul, 2010.



Fui a ver esta película en el Reina Sofía, gratis. Sí, gratis, y no tuve que piratear para verla en versión original. Eso sí, tuve que usar la reserva de mis energías para enfrentarme al cine de este director cuyo nombre hay que memorizar con algún truco. El caso es que me escapé de un curso y fui al Reina con mis dudas sobre la conveniencia de ir cansado a ver una peli rollo contemplativo. Ya había visto Blissfully Yours, del mismo Picha, y sabía a qué me enfrentaba.  Ganadora de la palma de oro de Cannes de este año, la película del director tailandés es una reflexión sobre la muerte, la memoria y los fantasmas. Esta obra tiene concesiones que la hacen más llevadera que sus obras anteriores. Tiene un cierto hilo argumental y momentos impactantes, como la de ese mono fantasma que se sienta con los protas para hacer la sobremesa. Apitchapong divide su película en distintas partes a las que pretende dar un tono y un formato muy diferenciado, con influencias, según su director, de series de televisión y cómics de su país. En sus imágenes hay un diálogo, no sólo con la naturaleza omnipresente en la película, sino también con el cine y con momentos históricos que habitan en su memoria (guerra contra el comunismo). Por lo tanto, no se trata sólo de una película poética y espiritual, donde los vivos se encuentran con los fantasmas de sus seres queridos, sino también una reflexión sobre cómo contar una historia y las distintas posiblidades que se abren en un relato (de ahí ese final misterioso en el que unos personajes se desdoblan físicamente). Si alguien nos cuenta que en la pelí se ven hombres mono que hablan, princesas feas que copulan con peces y gente que muere vaciándose de agua, puede parecer una broma de mal gusto. Pero lo cierto, es que estos hechos extraordinarios están integrados con tanta naturalidad en la realidad que refleja la película que no queda más remedio que sorprenderse ante la originalidad del tailandés. Quizás tenga razón, quizás el hombre debería reencontrar la magia que lo mantenía unido a la naturaleza, al cosmos, formando parte de una unicidad espiritual que no distingue entre hombres, monos o insectos. Puede que no sea necesario ser budista para dejar que estas imágenes nos trasladen a unos rincones primitivos escondidos en las grutas de nuestro ser. Como esas grutas que recorre el personje en su último viaje, un viaje hacia la muerte vista también como un viaje al origen. Un origen fantasmal. También esta película nos remite al origen del cine, al momento en el que era posible asombrarse con unas imágenes nunca vistas, al momento en el que la inocencia de este arte permitía capturar una realidad mágica. La materia fantasmal que nutre esta película es la misma materia de la que está hecha el cine y nuestra memoria guarda sus imágenes para que nunca muera. Tal y como dice uno de los fantasmas, éstos no pertenecen a ningún lugar, sino a la memoria de los seres queridos.

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